Por Paola Roldán *
Las redes sociales en general y Tik Tok en particular instalan a la popularidad como valor principal y convierten al sujeto usuario en producto. El “salir de las redes” es una opción, pero existen otras: cómo desafiar el algoritmo predictivo individual para encontrar el “extrañamiento de lo conocido” que históricamente propone la experiencia artística. Y cómo “desarmar las formas estereotipadas y altamente mercantilizadas” para construir nuevos modos colectivos de expresar.
En estos últimos meses las pantallas se han multiplicado y nuestro tiempo de trabajo, de estudio, de entretenimiento, de ocio está invadido por ellas.
Durante muchos años se expandió un discurso que prometía libertad, expresión, creatividad, participación, democracia si extendíamos el uso de las tecnologías. Las tecnologías básicamente nos ofrecían el secreto para tener más tiempo (para estar en casa, para disfrutar con nuestros afectos, para divertirnos, etcétera), ampliar el repertorio de nuestras elecciones y poder decidir mejor, al tener más oportunidad de acceso a toda la información (nótese que remarco toda como efecto ilusorio).
Estas oportunidades de ampliar nuestra libertad, nuestra participación y nuestros accesos al conocimiento también nos harían más creativos, críticos, solidarios, generosos en pos de construir un mundo mejor para todos. En estos últimos años (y mucho antes del contexto de pandemia), nos estamos dando cuenta de que esas promesas distan mucho de ser ciertas. Van Dijk (2014), entre un número cada vez mayor de pensadores, investigadores y teóricos del campo, realiza un trabajo de investigación sobre las redes sociales, “desmontando” la arquitectura de estas plataformas para develar los procedimientos sobre los que se construyen los procesos de fidelidad de los usuarios y mecanismos de popularidad para la mercantilización (“monetización”) de los datos de los usuarios.
Este proceso está hábil y conscientemente diseñado para que estemos el mayor tiempo posible conectados, en la misma plataforma o en su grupo corporativo, aportando clics. El último documental de Netflix “El dilema de las redes” (2020), del director Jeff Orlowski, expone este planteo con absoluta crudeza. Orlowski comentó en una entrevista reciente: “La pregunta es, ¿si no pagamos estas cosas, cómo es una industria multimillonaria? Y la respuesta es que si usted no compra el producto, entonces usted es el producto. Esa es una línea usada en Silicon Valley por años. Otras personas pagan por manipularnos e influenciarnos. Ese es el negocio y nosotros somos el producto que usan. Estamos siendo extraídos. Están convirtiendo nuestros datos y nuestra información en miles de millones de dólares” (Infobae 26/09/2020).
Quizás la única reacción frente a esta abrumadora situación no sea “salir de las redes” (aunque podría ser liberador), sino pensar opciones para convivir con ellas a partir de pequeños actos de rebeldía o desobediencia. Permítanme detenerme en un ejemplo antes de explicar esta idea.
Pensemos en Tik Tok, una aplicación que tuvo un crecimiento exponencial en este último tiempo de pandemia y que se autopromociona como espacio libre y creativo. Aplicación que ha despertado profundas controversias políticas entre EEUU y China por los intereses económicos que disputan.
Esta plataforma funciona como red social para crear y compartir vídeos muy breves de entre 15 y 60 segundos, con un editor muy intuitivo que permite incluir música, cámara lenta y rápida, efectos especiales, realidad aumentada, transiciones, etcétera. Los usuarios pueden seguir a sus creadores favoritos, pero también reciben “propuestas” de vídeo según sus gustos, que son analizados por la Inteligencia Artificial con la que fue programada su algoritmo, en función de lo que crea o ve. Después agrupa los vídeos más vistos en tendencias que coloca en portada, y hace que se viralicen aún más. Además, TikTok incluye una serie de herramientas pensadas para favorecer esa viralización: por ejemplo, permite sincronizar la boca con la música, cambiar el vídeo manteniendo los diálogos, o grabar un vídeo a dúo con móviles diferentes, que luego se ven uno al lado del otro.
La red tiene tres años, es de origen chino y hoy es más popular que Youtube. Tiene 800 millones de usuarios activos, la mayoría adolescentes entre 10 y 24 años. Son usuarios fieles, ya que el 90 por ciento la usa a diario, siendo la media de ingreso a la plataforma de ocho veces al día, aunque con estancias que apenas llegan a los cinco minutos viendo videos. En China, los contenidos publicados pertenecen el 50 por ciento a usuarios regulares, el 35 lo realizan influencers (de esta red social o de otras) y el 15 restante se distribuye entre personajes famosos de otras industrias del entretenimiento o deportes y marcas comerciales reconocidas.
Como red social funciona del mismo modo que las redes más exitosas, el algoritmo de popularidad marca tendencia y esa tendencia es efímera. Ser viral y tendencia lo es todo, por lo tanto permanecer en la red requiere la comprensión profunda de las reglas de funcionamiento que impone la plataforma. Estas “reglas” definen lo que es divertido, lo bello, lo creativo, lo transgresor, lo correcto, lo incorrecto, etcétera, todo entre 15 y 60 segundos.
Ines Dussel (2019) sostiene que “como bien define van Dijck, Twitter y Facebook (N. del R.: agregaría Tik Tok) no son solamente plataformas para la expresión creativa y la participación personal y colectiva, sino también herramientas para la autopromoción en el marco de una conectividad que sobrevalora la popularidad como clave de éxito: ese es un elemento que no habría que perder de vista. Por esto también la viralización se convierte en la clave del éxito en las redes sociales: lo que triunfa es lo que puede captar más seguidores de manera más rápida, es decir, los mensajes impactantes, rápidos, de gran eficacia emotiva, y en cambio los argumentos reflexivos resultan largos y pesados en esta nueva economía de la atención” (p12). El director de cine alemán Werner Herzog planteó hace poco en una entrevista que quizás se trate de explorar formatos narrativos que logren capturar lo que la brevedad y liviandad de los 30 segundos promedio de Tik Tok provocan (La Nación 16/09/2020).
Entonces, ¿Tik Tok podría ser pensado como una oportunidad para la creación? Nos corremos de la postura de definir si es arte o no, sino buscamos reflexionar sobre su potencial para convertirse en experiencia de conocimiento. Gabriela Goldstein (2010) plantea que las creaciones artísticas ofrecen la alternativa de vehiculizar el acceso al conocimiento a través de los sentidos. Pero para Goldstein la experiencia estética no es cualquier experiencia con el arte, sino una que implica necesariamente una conmoción. Siguiendo a la autora, para que ello ocurra es preciso que exista “un cierto extrañamiento”, que se produciría a partir de cierta capacidad propia del arte de “mostrar algo que no está, algo que no es, o que es diferente de la realidad que conocíamos” (Goldstein, 2010: 66).
Habría que indagar qué criterios estéticos comandan los like a los videos en Tik Tok (y en otras aplicaciones). Los jóvenes construyen parámetros selectivos para definir qué video les gusta o no, qué música escuchan y qué serie mirar, porque saben perfectamente que eso “modifica” su lista de recomendados. Mis hijas cuidan celosamente su lista de recomendados en sus aplicaciones porque sostienen que fueron meticulosamente pensados y construidos por ellas, y que por lo tanto, confían en su poder predictivo para ofrecerles opciones futuras que les van a seguir gustando.
Entonces, la cuestión no sería si es arte o no, sino si ofrecen una experiencia de conocimiento que provoque conmoción, que logre ese extrañamiento de lo conocido. En ese sentido, ¿hasta qué punto podrían ofrecer experiencias disruptivas, si el algoritmo se sostiene en ofrecer de modo cada vez más sofisticado lo mismo que te gusta? Otro dato relevante para pensar estos formatos narrativos tiene que ver con la materialidad que los soporta, los límites y posibilidades que imponen los materiales, métodos y técnicas utilizadas para producir la obra, desde los modos que despliegan los sujetos para crear.
Como propone Dani Cavallaro (2002), “[…] la materialidad es central para todo arte, porque las obras de arte son objetos físicos, construidos mediante prácticas físicas […] La producción de cualquier imagen emplea instrumentos y métodos técnicos. […] toda imagen debe ser apreciada no por lo que es sino en términos de cómo ha sido armada” (2002: 112). En este sentido, para el autor los artistas al crear ponen en acción técnicas que develan aspectos de cómo se entiende la percepción en un tiempo histórico determinado. El lugar que ocupan las formas en el espacio, el tamaño y la perspectiva, por ejemplo, dependen de los contextos históricos en los que fue producida la obra. De este modo, “[…] los modos de representar el espacio reflejan no sólo el espacio mismo sino también las percepcionesculturales del espacio” (Cavallaro, 2002: 115, las cursivas son nuestras). Por ello, “[…] diferentes técnicas también están estrechamente asociadas con específicos contextos culturales, períodos históricos, modas y gustos” (2002: 119).
Las formas narrativas que impone Tik Tok no solo condicionan la velocidad, porque duran en promedio 30 segundos, sino que provocan el remixado (de obras previas) con el efecto del doblaje, contribuyendo a la reversión infinita de “lo mismo”, traen ciertos rasgos de humor e ironía que introdujeron los memes y ponderan las imágenes de sí mismo propio de la era de las selfies y los ejercicios de autopromoción del yo a los que refiere Dussel.
Toda práctica creativa es un acto social, inscripto en un momento histórico determinado. Claramente, hay algo subjetivo en el acto creativo que se despliega como parte de un ejercicio colectivo que mira, comprende, percibe, siente su mundo de modo singular. El desafío sería desarmar las formas estereotipadas y altamente mercantilizadas construyendo modos colectivos de volver a mirar, volver a sentir, volver a expresar.
Antes dijimos, que quizás no se trate de desactivar todas nuestras redes sociales, sino de atrevernos a pequeñas prácticas de rebeldía o desobediencia, como dice mi marido. Atrevernos a minúsculos actos revolucionarios donde los criterios para ver un nuevo video no sea la cantidad de visualizaciones que tuvo, burlar de algún modo el algoritmo explorando qué nos muestra, leer twitter en el dispositivo de un amigo, de tu hijo para conocer “otras tendencias”, etc. Y desde mi mirada singular, defender la escuela como espacio colectivo que permita construir experiencias múltiples, diversas, heterogéneas, que provengan de otros tiempos, de otros lugares y que logren desafiar el algoritmo de la individualidad.
Septiembre 2020.
Foto principal: Blumberg / www.eltiempo.com
* Especialista en Pedagogía de la Universidad Nacional de Córdoba. Profesora e investigadora de la misma casa. Coordina la Especialización Docente de Nivel Superior en Educación y Medios Digitales (ISEP) y es formadora de docentes en temas de educación y tecnologías. Especialista en producción de materiales digitales educativos. Sus temas de investigación y producción articulan intereses sobre las tecnologías, los múltiples lenguajes, las artes y la enseñanza.