Por Roy Rodríguez *

Frente a la ausencia del Estado, la desigualdad y la pandemia, la Red de Orquestas de Córdoba congrega a chiques de barrios populares a encontrarse entre notas y acordes para “a pesar de todo, proyectar un futuro”.

¿Cuáles datos? ¿Los de las barriadas populares? Esos que: dicen que Córdoba es uno de los conglomerados urbanos más desiguales del país. O los otros: los de los teléfonos celulares de las familias desposeídas que, desde esas barriadas, se esfuerzan para que cada niño, cada joven, asista vía WhatsApp a las clases semanales de música, que los sostienen como parte de la Red de Orquestas de Córdoba. De esa Red, de esos datos y de esas orillas habla Guillermo Zurita, su director. Más de doce años de experiencia lo llevan a hacer un diagnóstico rápido de la actualidad pandémica: “La realidad que nos arroja toda esta situación es la terrible desigualdad. Nosotros no vivimos en un país que sea pobre. Vivimos en un país desigual. Y Córdoba debe ser la ciudad más desigual de las que podemos llegar a habitar”. Tango. La orquesta típica El Chingolo toca tangos. Con formación de orquesta típica. Violines y contrabajo, bandoneones y piano. Destinos arrabaleros.

A la red de Orquestas de Córdoba la integran: Orquesta El Chingolo, con su sinfónica infantil y la Típica Juvenil de tango. Marqués Anexo, Orquesta Infantil y se está organizando la Juvenil. En barrio Maldonado suena La Barriada, donde asisten chicos de Los Tinglados, Müller, San Vicente, Bajada San José y otros cercanos. También en barrio San Jorge funciona una orquesta dirigida por tres alumnos surgidos de la Orquesta El Chingolo. Y en Villa Libertador puede escucharse una formación de bronces. Además, se están organizando orquestas en barrio Yapeyú y Remedios de Escalada. “También estamos en Campo La Ribera, en el IPETyM 133 Florencio Escardó”, dice Zurita.

El canto del chingolo, pajarito del barrio, de los barrios que recuerdan el monte, como nudo simbólico capaz de proteger incluso de la pandemia, llega en música vía WhatsApp. “Desde el 2005, con pequeños pasos pero firmes, lo fuimos construyendo. Cada año que inicia, se propone nuevamente, salimos con toda la fuerza a abrir espacios de encuentro en el barrio, donde les pibes tocan, se expresan, hablan. No hay una política de Estado que dé continuidad a este proyecto. El empuje lo encontramos en cada mirada de satisfacción que se dibuja al escuchar una nota, un pasaje completo con la banda, los cómplices matices que se crean en tardes compartidas entre mate cocido y pan”, decía un posteo de la página de Facebook de la orquesta. Era principios de marzo. La pandemia estaba llegando.

A contrapelo de las dificultades, las clases semanales con los integrantes de cada una de las orquestas siguieron: “Las damos desde un celu, en la mayoría de los casos. Algún profe puede tener una compu, pero la mayoría usa celular. Y el medio más utilizado es WhatsApp. A Meet, Zoom y otras plataformas las usamos para las reuniones con los profes”, cuenta Zurita.

Sin celulares

Es que faltan celulares. Y faltan datos. Sucede que las estrategias de supervivencia de los desposeídos en tiempos difíciles, incluyeron lo que el resto de la sociedad no llega a comprender. La venta de artículos considerados suntuarios, como los celulares u otros electrodomésticos: “Muchos celulares, que estuvieron disponibles al principio de la cuarentena, fueron vendidos para comer”. Necesidades básicas insatisfechas. Acceso a derechos postergados. 

Ahora, aparte de la merienda, a la necesidad de la nutrición corporal como condición necesaria para llegar a la música, se le sumó la necesidad de nutrir a los teléfonos que quedaron con paquetes de datos para posibilitar las comunicaciones. “Nosotros hicimos una campaña en las redes y hay un entramado que nos ayuda a sostenernos”, cuenta Zurita.

Decenas de chiques de barriadas desposeídas siguen participando de sus clases y de los ensayos. Entonces las orquestas se vuelven algo más que un espacio virtual para convertirse en una red donde cada nota es un nudo del que se sostiene el entramado social. A pesar de esta función invalorable, las orquestas no son política oficial de Estado, cuenta Zurita, mientras sueña con acceder a alguno de los programas educativos de la provincia: “Desde el Ministerio de Educación de Córdoba, van a ser o están siendo repartidas computadoras que tienen un chip interno con una conexión wifi con datos. Para nosotros eso sería fundamental”.

Los profesores llegan semanalmente puertas adentro de las casas sin datos. Lo hacen incluso de manera personal. Asoman a un más allá que permite sostener la relación, la estructura: “Hay un protagonismo militante de todas y todos nuestros profes. Eso nos diferencia de muchas otras orquestas que existen en Córdoba. Sin embargo, siempre nos faltan soportes, nos faltan datos, nos faltan instancias que nos ayuden a salvar la brecha absolutamente injusta de la conectividad, que está claramente relacionada con nuestros territorios más pobres”.

Violencias

Habla de violencia, Zurita. No de esa con la que se estigmatiza a los barrios populares. Nombra otras, solapadas, que llegan a través de la televisión, como los discursos individualistas y contra la cuarentena. También los de las religiones evangélicas. Según su visión, religiones y televisión atentan contra una construcción colectiva capaz de mantener los cuidados mínimos frente a los peligros del Covid 19. “Siempre estamos pendientes -señala-. La Red no sólo cuenta con profesores de música y pedagogos, sino que también tenemos trabajadores sociales, médicos, gente que se ocupa de mirar y tener una atención muy presta a lo que son las situaciones de fractura social que se producen en esta ruptura mundial, porque vivimos una ruptura mundial”.

Entonces, ante la ruptura de la realidad, vuelve la música como espacio de sanación: “Este es un lenguaje maravilloso que a su vez irradia un montón de instancias que están relacionadas con las habilidades sociales básicas. Esas habilidades sociales básicas hoy están expuestas a una situación extrema, que tiene que ver con la ausencia de corporalidad. Y, a su vez, es la música la que nos sirve de excusa para anticiparnos a las crisis y al mismo tiempo fomentar la necesidad de ser parte, de participar”.

Objetos inservibles

Zurita rememora la idea de las orquestas como objetos inservibles. Un conocimiento no práctico capaz de transformar la realidad, las miradas. Otra forma de abordar los mundos posibles. Y a través de esas visiones despojadas de lo práctico, paradójicamente, sostener lo esencial de la vida. Una vida que hoy, frente a las dificultades, ofrece un diagnóstico poco alentador. Sucede que “en Córdoba quizás no están dadas las mejores condiciones para que los barrios enfrenten con las mejores herramientas la pandemia. El pico de casos ha generado mucho temor. Y a su vez eso choca con una manera de autopercibirse contaminada por los discursos de los medios. Porque la mayoría consume medios comerciales y su gran contradicción: por un lado, estimulan un tipo de salida casi rebelde de la cuarentena. Y, a su vez, condenan lo que ellos mismos propugnan cuando la situación arroja mayor cantidad de contagios y mortalidad”.

Pinta barrios, Zurita. Barrios casi pueblerinos. Donde habitan chingolos. Y recién llegados que conservan sus maneras de ver y construir el mundo. Esas que van contra lo aconsejable a la hora de prevenir y de tomar conciencia. “Los barrios asumen la vida social en la calle, pretendiendo que sea normal. Y eso va a influir en la ciudad. Estamos percibiéndolo permanentemente. Hay una especie de negación de la nueva realidad que va a arrojar una situación compleja. Si el Estado provincial no toma algún tipo de resguardo para cuidar a las personas, porque de eso se trata, creemos que vamos hacia una realidad muy difícil”, avizora.

Como si fueran arreglos de un tema musical que vuelve a sonar desde otro lugar, con otra mirada, Guillermo Zurita elige ahora hablar de futuro: “Hay una forma de ver el mundo que no será la misma. También cambiará la forma de asistir. Esas ideas nos permiten, a pesar de todo, leer, ver y proyectar un futuro. Porque de eso se trata”. Desde un lejano pasado, Ignacio Corsini entona un tango campero que habla del Chingolo. Se lamenta como si hubiese desaparecido. Sin embargo, un siglo después, el silbo del chingolo suena sobre los techos de chapas. Resistiendo. El futuro parece sonar por ahí.

* Licenciado en Comunicación Social egresado de la ECI-UNC. Trabajó en varios medios nacionales y de Córdoba y actualmente se desempeña en el área de Extensión de la FCC.