Letizia Raggiotti, profesora de la FCC, recuerda el día de un secuestro masivo de estudiantes de la entonces Escuela de Ciencias de la Información, arrancados de sus hogares para llevarlos al Campo de la Ribera en mayo del 76. Allí vio su ficha de inscripción y la de sus compañeros. Fue el inicio de seis años de cautiverio, como presa política del Estado dictatorial.
Por Letizia Raggiotti *
Si hay una fecha que nunca me voy a olvidar es el 22 de mayo de 1976. Esa noche me fueron a buscar a mi pueblo y también buscaron a otra compañera. Las dos estudiábamos en la Escuela de Ciencias de la Información (ECI). No suponía que ese iba a ser el inicio de un largo tiempo oscuro.
En la casa de mis padres tocaron el timbre a las dos de la madrugada, había un camión y un colectivo lleno de gendarmes. Medio dormida, medio despierta, me apuntaban con un arma y otro que ya estaba en mi pieza tiraba los apuntes, como buscando no sé qué. Pedí ir al baño, porque me dijeron que debía acompañarlos, y me cambié la ropa. A mi padre le hacían firmar un papel, porque yo era menor de edad. Él me preguntaba qué pasaba, yo ni siquiera sabía. Era tan fuerte la sensación y tan grande el desconocimiento que teníamos de los circuitos represivos. Estaba como anestesiada. No obstante, mostré calma. ¿Calma? Le dije: “No te preocupes, seguramente pronto vuelvo. Por las dudas, buscá un abogado”.
Me vendaron, me esposaron y me subieron a un ómnibus, a tientas. De allí a Gendarmería, donde me subieron a un camión. Según mis cálculos de gallito ciego, íbamos a Córdoba. Entonces se acabó la cortesía. Íbamos a todo lo que da, curva y contracurva, golpeando al costado, saltando en cada pozo de aquella vieja ruta 9 norte.
Llegamos a Córdoba y luego me perdí, porque en lugar de asfalto el aire olía a tierra. Llegamos a un lugar donde nos comenzaron a interrogar: a quién conocíamos, qué hacíamos, qué pensábamos, qué, qué y qué… muchas preguntas. Luego nos dejaron dormir.
Al día siguiente, a las siete de una mañana tan pero tan fría, nos levantaron y nos pusieron en el patio. No tenía idea donde estábamos. Al anochecer, comenzó a llegar mucha gente y nuevamente comenzó la ronda de interrogatorios. Vocearon una lista, y era casi la lista de mi curso: Petri, Sueldo, Salde, Ambort, Lobos, Castro, Lépori, Rodríguez, Rosato, Emanuelli y muchos más, no recuerdo a todos.
Así íbamos pasando por la sala donde hacían los interrogatorios. Y entre gritos y amenazas y los qué, qué, qué…, muchas preguntas, una tras otra, a veces tan seguidas que no podías responder. Y no entendías cómo venía la mano. Allí estábamos los alumnos de la ECI, íbamos llegando e iban saliendo en libertad. E ingresaban otros y otras.
Hacía mucho frío, no teníamos frazadas suficientes, tampoco comida, dormíamos en colchonetas de paja, sucias, con un olor rancio. El olor del miedo. No teníamos elementos de higiene, ni toallas, nada. Y nuevamente a la mañana temprano al patio y nuevamente a la noche interrogatorio.
Así, hasta llegar al 29 de mayo, día del Ejército. Como estaban de fiesta, nos dieron leche con cascarillas y nos permitieron bañarnos y –por supuesto– ponernos la misma ropa. A la noche, a todas las mujeres vendadas nos sentaron alrededor del militar responsable del campo, esa noche se fueron muchas, supongo que también muchos compañeros. ¿Quizás la última cena? ¿Sería para dejar en nosotras un buen recuerdo? Lo dudo.
Me prepararon, me dijeron que me iban trasladar. Pregunté: “¿Me voy en libertad?”. Se rieron y contestaron: “Vas a tener tiempo de pensar”. También la preparaban a Gladys. Me hicieron firmar algo, yo pregunte qué era. Uno, riéndose, me dijo: “Te enseñaron bien”. “Levantale la venda a esta instruida”. Me la levantaron y pude ver. Miré, eran aros, pero no eran míos. Se lo dije, volteando mi cara hacia la derecha: “No me pertenecen”.
Entonces vi todas las fichas que presentamos en la Escuela de Ciencias de la Información, todas las fotos. Los papeles que nos hicieron presentar a principios de marzo estaban allí. ¿Por eso? Por eso la angustia, por eso tantos años. Esa noche entré junto a Gladys en la cárcel.
Foto: Espacio para la Memoria de Campo de la Ribera / www.cba24n.com.ar
* Licenciada en Comunicación Social de la ECI-UNC. Profesora titular en la cátedra Teorías de la Comunicación II y en el seminario Ciudades en las sociedades contemporáneas desde la perspectiva de la comunicación y la cultura y adjunta en las cátedras de Teorías de la Comunicación I y Análisis de la Comunicación II en la FCC-UNC.