Por Colectivo El Brete

Durante las últimas semanas, una campaña mediática y política en contra de la concesión de arrestos domiciliarios por la pandemia de Covid-19 inundó los medios de comunicación argentinos. Los discursos punitivistas de funcionarios, empresarios y distintos sectores sociales se fueron intensificando en la agenda mediática ante lo que se presentó como una “liberación masiva” de presas y presos alojados en las cárceles de nuestro país. En la previa, las pantallas se coparon de imágenes de motines, declaraciones de jueces tildados de garantistas, chicanas entre partidos y una sociedad aterrada ante la posibilidad de cruzarse con los “monstruos”. En esta nota nos preguntamos cuándo es que la cárcel se vuelve noticia y cuáles son los discursos que operan sobre ese otro que habita el adentro.

“La confusión tiene un valor estratégico. No es casualidad. Dispersa las voluntades y les prohíbe reunirse de nuevo. Tiene el sabor a ceniza de la derrota aunque la batalla todavía no haya tenido lugar, y probablemente jamás lo tenga”.
(Ahora, Comité Invisible)

Foto: Programa Ideología, prácticas sociales y conflictos (FCC-UNC)

La cuarentena nos impuso un tiempo de detenimiento selectivo. Frente a un problema de salud pública, el Estado nacional apeló a metáforas de guerra. La inminente invasión de un enemigo invisible y el riesgo de contagio permitieron la activación de mecanismos de control para evitar la propagación del virus: interrupción de la libre circulación, administración del aislamiento por fases y aplicación de protocolos ante casos sospechosos.

Para quienes viven el aislamiento en el aislamiento estas medidas significaron la interrupción casi absoluta del contacto con el mundo exterior. El agravamiento de condiciones de vida históricamente precarias generó reclamos por parte de la población carcelaria, a la vez que los organismos internacionales recomendaron tomar medidas para descomprimir los penales. Casi de inmediato se produjo la reacción de la opinión pública instalando la discusión sobre el riesgo social de “liberar” presos y presas a las calles.

Una lectura más atenta de la situación nos muestra que la velocidad de las noticias y el sesgo ideológico de su tratamiento ignora ciertas aristas que permanecen ocultas. De ahí la pregunta que orienta el recorrido de esta nota.

La construcción social del monstruo

A fines del mes de marzo los medios comenzaron a hacerse eco de los motines en distintas cárceles de todo del país. Cuatro presos muertos en Las Flores, luego otros cinco en las cárceles de Coronda y Piñero, todas ellas en Santa Fe. Las protestas se habían originado en muchos casos como huelgas de hambre en reclamo por las precarias condiciones de encierro y la salida de quienes se encontraban dentro de los grupos de riesgo. Pero, ¿qué hay de nuevo en todo esto? Recordemos que hace tan solo dos años el relator especial de las Naciones Unidas ya había advertido sobre la situación de las cárceles argentinas y sus condiciones “incompatibles con la dignidad humana”

Foto: https://prensaobrera.com/

Durante el mes de abril, los reclamos de las personas detenidas fueron en aumento: una huelga de hambre en Misiones, un paro de actividades en Villa María, la protesta de presos en el techo del penal de Melchor Romero en La Plata. El domingo 19, los medios anunciaron el primer caso positivo de Covid-19 en el penal de Florencio Varela. La noticia no fue el contagio sino el delito cometido.

Tres días después, el asesinato de un preso durante un motín en la cárcel de Corrientes volvió a mostrar por unos instantes que las balas eran de plomo y las disparaba el Servicio Penitenciario. Más motines en los penales de Mendoza, Ezeiza y Marcos Paz, otro preso muerto en Florencio Varela. El día 24 se inició el motín en el penal de Devoto –el único en la Ciudad de Buenos Aires– y con él la espectacularización de las cárceles alcanzó su máxima expresión: cuerpos filmados desde drones y escenas de violencia expuestas posteriormente en galerías de fotos.

En los penales de la provincia de Córdoba, las visitas fueron suspendidas las últimas semanas de marzo. En la primera semana de abril, los pabellones MX1, MX2 y MD1 de la cárcel de Bouwer se expresaron con diferentes medidas de protesta –como cacerolazos y huelgas de hambre–. Estos reclamos fueron brutalmente reprimidos por el Grupo Operativo Táctico Penitenciario (GOTP) con balas de goma, requisas violentas, y traslados hacia la cárcel de Cruz del Eje. También los presos de este penal se manifestaron durante la última semana de abril. Con una huelga de trabajo, exigieron el cumplimiento de la progresividad de la pena, la libertad condicional y asistida y que se analizara el beneficio de conmutación de las penas. Además, denunciaron la ilegalidad de la “Cámara Coronavirus” para tratar los pedidos de prisión domiciliaria y exigieron que se diera lugar a las recomendaciones establecidas por el Poder Ejecutivo a nivel nacional.

Presos de la cárcel de Cruz del Eje anuncian en huelga de brazos caídos por el Covid-19, 28 de abril de 2020

Las protestas en reclamo por mejores condiciones de detención en las cárceles del país no son recientes. Los presos y presas vienen manifestándose desde hace tiempo en contra del estado de abandono de las prisiones, la deplorable situación en relación a la higiene, salud y alimentación, la restricción en el acceso al trabajo y la educación, además del incumplimiento de la progresividad de la pena. El reclamo más cercano antes de la pandemia fue la huelga de hambre que se realizó en diferentes penales en diciembre del año 2019. Cabe recordar que desde marzo de ese año se encuentra vigente la Emergencia Penitenciaria, declarada por el Gobierno nacional ante la sobrepoblación y el hacinamiento de las cárceles. Sin embargo, los recursos destinados para dicha situación de crisis poco han repercutido en las condiciones de vida dentro de las prisiones.

“Así vivimos”. MX II, penal de Bouwer.
Autores: Marcelo Sosa y Espíndola

¿Qué hay de nuevo? Apenas iniciada la pandemia, distintos organismos internacionales recomendaron analizar la posibilidad de otorgar medidas alternativas a la prisión. En ese contexto, la Justicia bonaerense ordenó la excarcelación de unos 2.300 presos de penales de la provincia de Buenos Aires. La medida generó un caos mediático: la “liberación masiva” fue presentada como un atentado contra la sociedad y el Estado quedó en la disyuntiva entre “poner en riesgo” a la ciudadanía o afrontar la crisis sanitaria en las prisiones. Un encierro vs. otro encierro. En las sombras quedó que sólo un 36% de las prisiones domiciliarias fue concedida por la pandemia. El resto, por cumplimiento de la pena, libertades asistidas y salidas transitorias. Pasó desapercibido, además, que más del 90% de los excarcelados había cometido delitos leves.

El enfoque oscurece la relación forma y contenido

En este punto nos permitimos preguntarnos: ¿dónde está el peligro y de qué nos estamos protegiendo? A lo largo del aislamiento obligatorio en nuestro país, el miedo de las víctimas recorrió las notas periodísticas borrando la dimensión humana. Desde el inicio de la pandemia, los medios individualizaron nuevos riesgos sociales: primero fueron quienes volvían del extranjero, luego los que no cumplían con la cuarentena –a la fecha son más de 25.000 las personas detenidas sólo en la provincia de Córdoba–. Otro blanco lo constituyó el personal sanitario cuando comenzó a esparcirse el contagio y los adultos mayores, asumidos como portadores predilectos del virus.

Estos nuevos peligros se sumaron a la lista de los “riesgos de siempre”: los pobres de las villas y asentamientos y los presos de las cárceles. En este último caso, el debate mediático se centró en individualizar a los “liberados” según su marca distintiva: el delito. La discusión se simplificó en torno a la gravedad del delito, ocultando que gran parte de la población carcelaria a nivel nacional no tiene condena firme (46%). En Córdoba, dicho porcentaje se eleva al 60%.

Volvamos a la pregunta inicial: ¿cuándo es noticia la cárcel? Podemos afirmar que la cárcel y ese “otro” diferente sólo aparecen cuando amenazan nuestra libertad. O, mejor dicho, esa precariedad vivida como libertad. Sólo por citar un ejemplo, en el 2015 en la agenda mediática se había instalado una discusión respecto al salario de los presos que trabajaban en los penales, argumentándose que era mayor que el de un jubilado y generando reacciones sociales de repudio. Tampoco es casual que, esporádicamente, los medios se hagan eco de aquellos casos en que las personas recuperan su libertad ambulatoria y reinciden en el delito. En esta ocasión, los presos volvieron a ser noticia ante el posible impacto en el “afuera” de la situación de hacinamiento estructural que afecta a las personas privadas de libertad. Ahora bien, ¿quién es el preso?, ¿es un “otro” ahora o venía siendo un otro desde mucho antes?

Existe una expresión sintomática en el sentido común que es la supuesta distinción entre el “preso” y el “hombre-libre”. El olvido de la humanidad del primero es acaso la condición de posibilidad de su exilio frente a “lo comunitario”. No hay pena de muerte, pero sí vida de muerte. Portadores de una huella indeleble, los presos fueron construidos históricamente como monstruos merecedores de un encierro hasta el final. Su inflexible e inevitable peligrosidad justifica que no haya ninguna confianza depositada en la posibilidad de su “rehabilitación”. Quien habita la cárcel es un “otro” incorregible. La eficacia del castigo pasa a depender solamente de la duración del encierro (y si es posible, su mantenimiento indeterminado).

De muros y murallas

“Si la caza al criminal y la sed de castigo y de juicio son tan desenfrenadas en nuestros días, es solo para procurar por un instante a los espectadores un sucedáneo de inocencia”.
(Ahora, Comité Invisible)

La consigna que nos nuclea socialmente es impedir el traspaso, el contagio/infección del virus pero también de los cuerpos del encierro carcelario a este “nuevo” encierro que supone la cuarentena. El caos social y mediático volverá a calmarse tan pronto se asegure que los presos están anclados a un lugar, tan pronto nuestro territorio quede “libre” de amenazas. “Contenidos” podremos olvidarlos. Es esa construcción de cadenas de valores que nos diferencian –entre ciudadanos “de bien” y monstruos– que condenamos a ese otro a ser una imagen, un número invisible. 

Foto: Programa Ideología, prácticas sociales y conflictos (FCC-UNC)

No hay lugar para la diferencia. Ese se ha vuelto nuestro proyecto común: la imposibilidad de encontrarnos. Por eso salimos a aplaudir al personal sanitario al balcón, la nueva frontera de un espacio público recortado, para luego girar y –ya protegidos por el anonimato privado– pegar en el ascensor una exclamación de odio y exclusión del otro que nos arrebata la sensación de estar seguros, a cacerolear a las ocho y firmar petitorios virtuales en contra de la “liberación” del monstruo.

Paradójicamente, lo que en la escena mediática se presenta como momento de violencia y barbarie, puede leerse como un momento de claridad. Durante el motín, “los riesgos están definidos, a diferencia de todos esos ‘riesgos’ nebulosos que los gobernantes se complacen en hacer sobrevolar sobre nuestras existencias” (Comité Invisible). En un contexto de detenimiento social, allí opera otro tipo de suspensión: el de la confusión que impide ver quién es quién, cuál es la forma, cuál el contenido y cuáles los movimientos posibles. Frente al debate generalizado que contrapone el encierro carcelario al “encierro social”, lo que puede observarse es cómo el riesgo de salud no existe para quienes habitan los penales. Frente a un enemigo difuso y un peligro permanente, estar preso no aparece como condición posible de humanidad. Ese otro es ontológicamente un ser diferente. Un monstruo.

Hemos intentado responder a un interrogante que, sin embargo, abre otros. Cuando la individualización de casos se transforma en mercancía mediática, y la reproducción de imágenes y escenas “monstruosas” permite olvidar la humanidad de esos otros seres que habitan las cárceles, nos preguntamos ¿a quiénes beneficia el castigo?, ¿qué discusiones se inhabilitan cuando se ocultan las condiciones estructurales del encierro carcelario? Al hacer foco evitamos ver que, el reverso del encierro –ese adentro sin afuera– es otra prisión que, desde la seguridad del hogar, vivimos como forma de libertad.

Foto principal: Programa Ideología, prácticas sociales y conflictos (FCC-UNC)