Por Patricia Cravero (Desde Burdeos, Francia) *
En medio de la pandemia, en Burdeos hubo elecciones municipales y los ciudadanos votaron. Pero ahora, el miedo se mide por la cantidad de botellas de agua o rollos de papel higiénico comprados. Este texto fue escrito para Crónicas de la pandemia: cómo es vivir en otros países afectados por el coronavirus, proyecto de extensión de la cátedra Taller de Lenguaje I y Producción Gráfica (A).
El 12 de marzo fue el último día de mi vida habitual en Francia. Fue un día como otros, de ir a clases y estudiar en la biblioteca de la universidad, todo lo que en ese momento no tenía nada de extraordinario y hoy parece una rutina entrañable. En el último tiempo ya no me sentía segura en los espacios compartidos. Me inquietaba sobre todo el amontonamiento en el transporte público. Sin embargo, no parecía una preocupación generalizada. El hecho de que mi ciudad, Bordeaux, estuviera fuera de las zonas más afectadas del país generaba una cierta tranquilidad colectiva.
Pero aquí, como en todos lados, las cosas pasaron muy rápido. En pocos días el enemigo invisible se volvió real para todos.
Sin clases pero con elecciones
La primera alarma por el coronavirus se encendió en enero, cuando detectaron los primeros casos en Francia; uno de ellos en mi ciudad. Fueron los primeros en Europa. Los días pasaron y la situación parecía estar bajo control. El tema fue cediendo lugar a otras preocupaciones en un contexto social y político agitado. Fueron semanas de protestas y huelgas contra el proyecto de reforma jubilatoria del Gobierno, muy resistido por un amplio sector de la sociedad. Mientras tanto, los contagios empezaban a concentrarse en regiones específicas. Suspendieron eventos masivos e impusieron restricciones en zonas con alta circulación del virus. Por ese entonces, el presidente Emmanuel Macron iba al teatro para enviar un mensaje tranquilizador a los franceses y mostrar que aquí la situación no era tan grave como en Italia.
El calendario preveía elecciones municipales en todo el país para el 15 de marzo, una papa caliente en medio de un escenario sanitario cada vez más incierto. Un grupo de corresponsales franceses en Italia publicaron una carta para alertar que aquí no estábamos dimensionando la gravedad del asunto. El 12 de marzo, Macron anunció la suspensión de clases, pidió hacer teletrabajo y llamó a reducir los desplazamientos. Comunicó también que las elecciones se harían ese domingo con medidas especiales de cuidado. Y así fue como el país salió a votar, alcohol en gel y distancia de un metro mediante.
Ese mismo día los comercios dejaron de abrir, pero los parques y los mercados callejeros se llenaron como un domingo cualquiera. Las autoridades se molestaron con la gente, pero lo cierto es que la decisión de mantener las elecciones no ayudó a que muchos se dieran cuenta de la importancia de aislarnos. Al día siguiente, y ante la reacción liviana de muchos, el confinamiento se hizo obligatorio.
Las horas antes de que comenzara a regir la medida hubo éxodo de parisinos, trenes llenos de gente y largas colas para comprar comida. En los supermercados, el miedo se podía medir por cantidad de latas, botellas de agua o rollos de papel higiénico.
Desde el martes 17, día que empezó oficialmente el confinamiento, las únicas salidas autorizadas son para comprar comida, trabajar (cuando el teletrabajo no es posible), ir al médico, cuidar personas dependientes o hacer un poco de deporte individual. Tenemos que llevar siempre una atestación con nuestra firma explicando el motivo.
A confinarse también se aprende
Los primeros días de confinamiento obligatorio fueron difíciles de aceptar para muchos franceses. Varios aprovechaban la posibilidad de salir para hacer deporte y jugaban con los límites de esa excepción. Por eso, el Gobierno restringió los alcances del permiso a una hora por día en proximidades del domicilio. En mi ciudad tuvieron que cerrar la costanera porque mucha gente seguía yendo a caminar ahí. También prohibieron ir a la playa en todo el país. Fue por la concurrencia de algunos lugareños y de varios recién llegados que huyeron rápido de sus ciudades para instalarse cerca del mar antes de que se anunciara el confinamiento.
Pero más allá de las dificultades iniciales, con los días todos entendimos la importancia de cuidarnos y aislarnos. Ahora el confinamiento se cumple sin mayores problemas, más allá de que siempre hay alguien que parece no haber entendido del todo. La realidad de los hospitales saturados y el aumento de contagios no dejan dudas sobre la necesidad de esta medida. La mayoría ha comprendido que la fraternité que se enuncia como uno de los tres valores fundamentales de la república francesa hoy significa quedarse en casa.
En la sexta semana de confinamiento, Francia contabiliza más de 21 mil muertes. Nos acercamos a las cifras de Italia y España que al comienzo de esta crisis parecían tan lejanas. La dimensión de la tragedia es tan grande que por momentos cuesta asimilarla. Aquí también todas las noches, a las 20, los vecinos nos encontramos en los balcones y ventanas para aplaudir al personal sanitario. Es una forma de agradecerles y también de recordarnos que no estamos solos aunque las calles vacías digan lo contrario.
Las redes… de contención
Entre los universitarios extranjeros, la situación más compleja es para quienes llevan poco tiempo en el país y esta cuarentena los encuentra con pocas redes, aún no muy familiarizados con el lugar. También para los que no saben qué pasará con sus trabajos. Con el paso de los días todos vamos tratando de adaptarnos y de sobrellevar la incertidumbre. En mi caso, intento mantener una rutina y estar activa con mis estudios. Los primeros días fueron más difíciles. Me sentía más que nunca divida entre Francia y Argentina. La preocupación por los seres queridos es inevitable y a eso se suma la duda de los próximos encuentros. Pero las medidas tomadas en Argentina me trajeron un poco de tranquilidad.
Por suerte están las redes. Mantenerme comunicada con la gente que quiero hace que todo esto sea más llevadero. Incluso esta cuarentena me volvió a cruzar con personas con quienes había perdido contacto. La tecnología que muchas veces nos aísla hoy es todo para encontrarnos.
La sensación es que, allá y acá, estamos resistiendo juntos. Son tiempos de abrazos distintos pero igual de fuertes. Solo hay que aguantar un poco más.
Foto principal: Laurent Theillet / https://www.sudouest.fr
* Texto escrito para el trabajo colaborativo CRÓNICAS DE LA PANDEMIA: cómo es vivir en otros países afectados por el coronavirus, un conjunto de relatos de las vivencias de egresadxs de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC en distintas ciudades del mundo. Un proyecto de extensión de la cátedra Taller de Lenguaje I y Producción Gráfica (A), dirigido por la doctora María Inés Loyola, y del Programa de Apoyo y Mejoramiento de la Enseñanza de Grado (PAMEG).