Por Dolores Alcántaro y Azul Cattaneo *

Cómo ejercer “el mejor oficio del mundo” en la era de la desinformación.

En un contexto de hiperdigitalización, en el que casi todo el contenido que consumimos se encuentra en el mundo digital, resulta urgente debatir acerca de la veracidad, o no, de los discursos que circulan.

Aunque en un momento el debate por la objetividad ocupaba en el periodismo un lugar central, en la actualidad esa cuestión parece verse sobrepasada por el fenómeno de las fake news (noticias falsas). No obstante, la aparición de estos fenómenos postfactuales y de desinformación renueva la vieja discusión en torno a la objetividad periodística. 

Por esta razón y ante una realidad cada vez más fragmentada a través del bombardeo de discursos, se vuelve necesaria una reflexión sobre la forma en que “consumimos” información. Además, saber qué impacto tienen las tecnologías en nuestra forma de pensar, sentir y decidir es clave para entender las nuevas formas de manipulación.

La objetividad no existe, pero qué bien maquilla

Una frase muy popular dice que “hay tantas verdades como personas en el mundo”. Aun así, no dejan de aparecer medios que se presentan como los transmisores de “la verdad” acerca de los sucesos. Aunque pueda parecer inocente, ostentar la verdad como carta de presentación reduce la realidad y deja afuera a un montón de voces. En realidad, la tarea del periodista consiste en aproximar al lector lo más que se pueda a los hechos, y brindarle un servicio de esclarecimiento y ubicación.

En el texto La información. La actividad periodística y la objetividad, la licenciada y docente Cecilia Sozzi distingue entre hecho y acontecimiento. Explica que el hecho sería un fenómeno de la naturaleza, es decir lo que sucede y que se puede comprobar como verdadero o falso.  En cambio, el acontecimiento se refiere al sentido que la persona realiza sobre el hecho.

Ante esto, Sozzi concluye en que “el periodista en su tarea difunde información sobre los acontecimientos pero nunca puede transmitir un hecho”. Algunas de las razones que en su texto enumera acerca de la pérdida de objetividad tienen que ver con la subjetividad del periodista, la línea editorial del medio, las fuentes consultadas y la presión de los grupos de poder. Si esto dentro de la profesión está claro, ¿por qué la siguen invocando?

Una de las razones radica en la legitimidad del medio. Actualmente, muchas personas siguen creyendo que el periodismo no debe tomar posición acerca de lo que sucede, sino que debe ser objetivo y presentar los hechos tal como ocurren. Entonces, cuando un medio se jacta de ser objetivo y riguroso con su trabajo, gana legitimidad y estatus ante la audiencia.

Otra de las razones por las que algunos medios se siguen resguardando en el paradigma objetivista tiene que ver con los intereses de los grupos que los financian. Muchas veces, que ciertos sucesos se interpreten de cierta manera en la opinión pública otorga beneficios a algunos sectores influyentes. Así, el periodismo queda a merced de las necesidades de estos grupos de poder. 

En el periodismo argentino, los grandes medios como La Nación y Clarín, que circulan entre gran parte de la población, no explicitan desde qué lugar se dirigen hacia la  comunidad. Son, en cambio, los llamados medios alternativos los que inician sus proyectos posicionándose. Esto hace que el público hacia el que apuntan sea más reducido, pero sepa qué puede esperar y exigir de ellos. 

Por ejemplo, La Garganta Poderosa es una revista mensual de la cultura villera, nacida con la necesidad de contar las historias de estigmatización y abuso policial que sufren las personas de los barrios populares. Un lector, al consumir esta revista y sus diversas producciones, sabe desde qué lugar le narran los acontecimientos. 

Así, la pluralidad de voces, las diversas miradas sobre los acontecimientos, poder contrastar las diferentes perspectivas y generar nuestro propio pensar en torno a la realidad es lo que sustenta la tarea periodística y su compromiso con la verdad. Ésta, lejos de ser sólida, monolítica y delimitable, es un significante disputado desde la filosofía antigua hasta nuestros días, planteando interrogantes que desplazan las discusiones a muy diversas esferas de la vida cotidiana y colectiva.

Ilustración: www.elpais.com

Nuestra sensibilidad abre la puerta a las fake news

Fueron Paul Lazarsfeld y Robert Merton quienes estudiaron las disfunciones de los medios de comunicación, entre ellas el efecto narcotizante de los medios, en el que el exceso de información nos adormece a la vez que nos vuelve adictos, buscando un estado de conexión permanente convertido en una necesidad y un hábito. Pero estar en redes no implica necesariamente estar informados, pues cada vez más la lectura informativa se da de manera incidental, no intencional, espontánea, cada vez que un titular capta nuestra atención y nos sorprende, nos indigna, nos enoja.

Fenómenos como la mercantilización de los datos y la desinformación pueden tener un gran impacto en nuestras formas de socializar, de votar, de percibir nuestra realidad y en muchos casos, la posibilidad de quedar atrapados en una burbuja de contenidos, contactos, una “zona de confort” digital que favorecen la polarización. A su vez, la manera en que pensamos, reaccionamos y nos movemos en las redes ya es predecible para las aplicaciones y tecnologías controladas por un puñado de empresas de telecomunicaciones.

Esa información ya fue (mal) empleada con fines políticos. Por citar un caso, por la empresa Cambridge Analytica, cuyo trabajo comenzó en campañas políticas de países africanos y latinoamericanos, asesorando a partidos políticos y produciendo propaganda política. Empleando herramientas estadísticas, conocimientos profundos sobre psicología y avanzada tecnología de procesamiento de datos, Cambridge Analytica generó perfiles políticos a partir de información de millones de estadounidenses a través de Facebook, para apuntalar la propaganda política que llevó a la victoria de Donald Trump en los Estados Unidos.

Ilustración: www.scalpol.com

Luego de la revelación, Brittany Kaiser, directora de la empresa, declaró ante la Comisión Europea que la información usada por la compañía “era controlada por el gobierno británico”, por lo cual “la metodología se consideraba un arma, tácticas de comunicación de uso militar”.

La creación de relatos que buscan aprehender a las personas a través de idearios y supuestos que encajan con su visión personal del mundo –estas “verdades alternativas, verdades irracionales”, así definidas por Ignacio Ramonet–, se cuelan entre posteos de Facebook, en Google y sus búsquedas. También se posicionan entre diarios digitales y en medios creadores de fake news, contenidos fraudulentos que buscan ser picados por el cursor o el dedo en la pantalla táctil, para llamar nuestra atención y generar indignación, o al menos una mera sospecha.

La producción de noticias falsas gana la pulseada a través de un fino nervio débil: nuestra sensibilidad, nuestra susceptibilidad, las emociones irracionales que nos provocan y nos llevan a clickear, a compartir y comentar, aunque detrás no haya nada más que una imagen retocada, funcional a un título tendencioso que anticipa toda la información, pues no hay contenido como tal.

Si las fake news apuntan directamente a nuestras emociones, afinidades e ideas preconcebidas, será tiempo de moldear una mirada crítica con cada información que damos por sentada y aquella que leemos al scrollear por Twitter, permitirnos dudar de la veracidad de una noticia que un familiar comparte con mucho enojo en su muro de Facebook, pensar antes de descargar una aplicación que podemos obtener gratis, pero a cambio de información tan sensible como nuestra ubicación o contactos.

¿Cómo sortear los cada vez mayores obstáculos al momento de ingresar a las redes, terreno fértil para discursos engañosos que vapulean nuestras emociones? Una primera respuesta sería una regla clásica del periodismo, extendida a cualquier cibernauta: revisar las fuentes de la información, contrastar con varias de ellas y estar atentos a los titulares y contenidos que pudieran ser inverosímiles, sospechosos, que busquen polemizar y generar reacciones.

En conclusión, lo más ético y honesto que puede realizar un medio para su audiencia, es admitir que no es objetivo ni neutral.  Esto no significa una licencia para que el periodista manipule los acontecimientos a su conveniencia, porque debe explicitar desde dónde se posiciona, para que el lector conozca el filtro desde el que se informa.

A los periodistas nos toca seguir informándonos sobre estas estratagemas de los poderes y de ciertas empresas con intereses poco claros. Ser capaces de entender que la interpretación de la información es lo que el periodismo, en su constante mutación, debe encarnar hoy como un deber hacia los usuarios. Un aporte que les permita llegar, más allá de los sesgos y la desinformación, a sus verdades, múltiples y jamás absolutas.

Ilustración de apertura: The Walrus

* Estudiantes de cuarto año de la Licenciatura en Comunicación Social, orientación en Comunicación Gráfica, de la FCC-UNC. Texto producido para la cátedra de Redacción Periodística II – Periodismo de Opinión y Crónica.