En el 2000, un grupo de trece estudiantes de la “Escuelita” reconstruyó la historia de víctimas y sobrevivientes del accidente de Lapa. “Nosotros participamos de esta experiencia porque no queremos que se olvide”, decían.  Veinte años después, uno de ellos retoma ese viaje sin regreso. 

* Por Juan Leyes

20 años de una tragedia aérea. Hace casi dos décadas atrás un grupo de estudiantes de la Escuela de Ciencias de la Información (ECI) comenzamos a escribir nuestra propia historia profesional de la mano de las docentes María Inés Loyola y Mónica Ambort y, sin querer, iniciamos nuestro aporte para trazar el camino de la memoria. 

Porque las tragedias exigen memoria, deben ser contadas en todas sus aristas, vistas desde todos los enfoques, interpretadas desde todos sus ángulos posibles; el objetivo es no olvidar. Ese creo que fue el impulso que quisieron darle quienes depositaron la confianza en nosotros, unos jóvenes de 18 a 20 años que apenas estrenábamos lo que habíamos aprendido acerca de cómo escribir una crónica y que recién soltábamos la avidez de hacer preguntas. En aquella oportunidad nos probamos “la chaqueta de periodistas”, como supimos escribir en las páginas de “Lapa 3142 Viaje sin regreso”.

El fin de semana en que se cumplió el último aniversario del incidente que terminó con 65 muertes, 17 heridos y leves condenas en suspenso a los empresarios responsables de esa low cost de los ‘90, inconscientemente tomé un vuelo por la misma ruta. 

El libro LAPA 3142 – Viaje sin regreso se presentó un año después de la catástrofe.
Foto: Comunicación FCC-UNC

Córdoba y Buenos Aires se acercaron desde el 31 de agosto de 1999, allá en el origen de aquel vuelo y acá, en lugar donde nunca llegó, se hicieron homenajes una y otra vez a las víctimas. Acá y allá, familiares deambularon por los pasillos judiciales reclamando un responsable. A unos cuantos pies de altura y en una hora diez de recorrido reflexioné, con temor, sobre las condiciones en las que viajamos los argentinos, cuántos son los costos que se ahorran las aerolíneas de “bajo costo” como la que tomé en mi último vuelo. Era inevitable no hacer una relación entre una época y la otra en el país en el que las tragedias y las crisis económicas se repiten como en un sendero circular. 

En el momento en que el Boeing 737 de Lapa carreteó en la pista de Aeroparque, los segundos previos a estrellarse en el predio del complejo Punta Carrasco, muy pocos eran los que habían denunciado las lamentables condiciones de vuelo en la que se obligaba a los aeronavegantes a despegar. Rumores que luego se confirmaron sobre aviones averiados y sin mantenimiento prestando servicio.   

Me pregunté: ¿cuánto sabemos ahora? ¿Qué cambió?

Tampoco lo sabían quienes viajaban en el vuelo 3142. Las condiciones de aeronavegación también eran desconocidas para los familiares de las víctimas a quienes unos incipientes profesionales fuimos a buscar para desandar el camino. Con atrevimiento los obligamos a recordar en un delicado momento de dolor porque, tanto ellos como nosotros teníamos la certeza que era un ejercicio necesario.

Así fue que nació una labor periodística de la que considero, muchos de nosotros como egresados de la universidad pública, nos enorgullecemos. Durante meses recorrimos los barrios de Córdoba buscando el permiso de personas que aún no habían completado su duelo. Deambulamos por las historias de vida. Por unos instantes fuimos periodistas. 

En lo que hoy se llama Plaza Seca, junto a la Facultad de Comunicación, hubo alguna que otra reunión de redacción con las docentes y los colegas del Taller de Producción Gráfica I. Quizás en el aula Carranza nos juntamos para organizar el mapa, los objetivos, los roles en la edición de un libro que hacía falta y en el cual quisimos resaltar la vida ante tanta muerte. Nos comprometimos, encaramos el desafío seriamente. El resultado permanece.  

Hace unos días me enteré que en el diario La Nación, la sobreviviente Marité Hereñú posó para una nota de la periodista Gabriela Origlia con un ejemplar de nuestro libro. Allí quedaron plasmadas las historias de vida de las víctimas contadas por sus familiares, y las historias contadas por quienes pervivieron. En esas páginas quedaron las crónicas de esa época, como un recorte de todo lo que se sabía hasta el momento acerca de las negligencias por las que nadie terminó preso. Quien lea puede recordar, sus rostros están ahí. 

Marité Hereñú, sobreviviente de la tragedia de LAPA, con el libro Lapa 3142 Viaje sin regreso en una entrevista del diario La Nación. Foto: Diego Lima

Después de tantos años, hoy pienso en la importancia de lo que hicimos y creo que nuestro libro fue eso: un vehículo para transitar la memoria ida y vuelta, las veces que haga falta. Fue nuestro aporte ante tanta tragedia, un agradecimiento a la sociedad cordobesa por la oportunidad de estudiar. Nosotros escribimos quizás con la esperanza de que hubiera justicia o, al menos, con el anhelo de que siempre se recuerde y se elija la vida. Para eso hacemos periodismo, para no olvidar.


Equipo de redacción: 
Docentes
María Inés Loyola – Mónica Ambort
Estudiantes
Carolina Andreotti, Gonzalo Bertolo, Nicolás Ramos, Diego de Paz, Martín Iparraguirre, Sofía Karabitián, Juan Leyes Ferrato, Valeria Margosián, Silvia Pérez, Franco Piccato, Matías Quiñonero, Nicolás Scagliola, Juan Carlos Simo.

* Egresado de la Escuela de Ciencias de la Información (ECI-UNC) y periodista. Actualmente trabaja en el diario La Voz del Interior.