Son las dos de la tarde y sobre la mesa hay dos platos sucios y nada para beber. Es el verano de 1980 y en la casa de barrio Los plátanos, Jorge Cueto y Mario Altamirano almorzaron costeletas con puré.

Ahora van a zapar y quizás compongan algo para la banda de hard rock que tienen hace un tiempo: Año Luz. Los padres del gordo Cueto se han ido y el living de la casa se convirtió otra vez, como cada sábado, en una sala de ensayo.
Pero el vino se acabó y los músicos se echan culpas. Están tomando desde las diez de la mañana. Cueto no entiende cómo sucedió, cómo es que la damajuana de vino blanco se convirtió en ese cadáver verde y vidrioso, vacío y cruel, que reposa al pie de la mesa. Mareado, el gordo dispara una pregunta que, años después, y como una bala perdida, dará en el corazón del éxito: ¿Quién se ha tomado todo el vino?

Por Lautaro Bentivegna

Invierno de 2012. En barrio Estación Flores las calles llevan nombres de capitales europeas: Estocolmo, Amsterdam, Berna. No hay asfalto, no hay cloacas, hay un Nano que pinta su nombre en todas las paredes. Sobre la calle Bucarest, en una casa de dos plantas donde escasea el revoque fino, vive con su familia el Gordo Cueto. Viven también tres perros, un par de conejos blancos, alguna gallina y varios frutales. Los árboles del patio están adornados con discos y cedés que se mecen con el viento. Debajo de un alero hay un auto abandonado y otros tres que esperan que alguien los ponga en marcha. Los hijos de Cueto se dan maña con la herrería, la construcción y las instalaciones. Ahora el Matías, el segundo de Cueto, pega ladrillos en lo que va a ser la sala de grabación.

Cueto llama a Matías “El ingeniero”. Matías le dice a su padre “el Gordo Cueto”.

–No tomo más vino, o solo un vaso eventualmente.

Mientras abre el tocadiscos para que suene una banda rock sinfónico, Cueto recuerda el diagnóstico médico: “Usted tiene hipertensión y diabetes”. Tiene también una cresta canosa, patillas largas, ropa negra, un vientre abultado de 60 años y cara de padre piola. Dice que 40 años de rocanrol le dejaron algunas secuelas. Ya no fuma. Sin embargo, desprovisto de los vicios, mantiene la estirpe de quién se sabe un frontmandel rock & roll, líder desde siempre del grupo Año Luz.

El grupo nació en la navidad de 1974. El único miembro que subsiste de la vieja formación es Cueto. Podría decirse que la banda es él.

–Por la banda di todo. Toqué guitarra y bajo, busqué los músicos, pegué carteles, negocié con los dueños de los bares. Fui manager, productor y encargado de sonido– dice Cueto.

Ahora sus hijos comparten la banda y la pasión por el rock. Ezequiel, el mayor, es la primera guitarra de Año Luz. “El ingeniero” toca los teclados. También hay un baterista, otra guitarra y una flauta traversa.

A los 8 años estudió piano, a los 12 su abuela le regaló una guitarra criolla y años después, cuando ni siquiera terminaba el secundario se metió en el rock. Fue disc-jockey, fue plomo de una banda y tuvo la propia.

Su padre nunca asimiló que malgastara el tiempo juntándose “con peludos” a tocar esa música. Una vez le regaló una moto. El gordo la cambió por su primera guitarra. El padre insistió: le buscó un trabajo en la Fábrica Militar de Aviones y allí el joven Cueto fue matricero y después archivista solo para asegurarse -cada tanto- un instrumento nuevo. En la fábrica debía esconder el pelo largo bajo el cuello de la camisa.

La madre creía un poco más en el hijo rockero. El Gordo recuerda con ternura a la vieja cosiendo y remendando el vestuario para los recitales.

“Mi vieja…”, dice y los ojos se le hacen agua.

En el ‘84 Mario Altamirano –coautor de “el vino”– dejó el rock. El cuarteto era un trabajo del que se podía vivir y Altamirano cambió la distorsión y la ropa de cuero por el güiro y las camisas de seda. Entonces se sumó a la banda de Carlos “La Mona” Jiménez Rufino, que acababa de dejar al Cuarteto de Oro y necesitaba músicos. En las giras, cuando viajaban en el micro, Altamirano tocaba blues. Un día tocó “el vino”. “El tema está bueno, pero le falta algo”, le dijo La Mona. Le faltaba ritmo cordobés y el arreglo del comienzo.

Convertido en cuarteto el tema fue registrado por La Mona en 1985. Jorge Cueto y Mario Altamirano firmaron como coautores. Le correspondía a cada uno el 25 por ciento de los beneficios que genera la patente. El otro 25 iba para la disquera que en 1986 editó “En Vivo” de La Mona, grabado en el Sargento Cabral. Años más tarde el cuartetero se quedó con los derechos de la disquera.

En la última liquidación cuatrimestral en Sadaic, Cueto cobró por “el vino” 4.700 pesos. Es decir que la canción le generó 1.200 pesos por mes por derechos de autor. “Una jubilación mínima”, bromea Cueto. Tiene otros temas registrados pero “el vino” es el único que le da dinero.

¿Quién se ha tomado todo el vino? fue grabado por Rodrigo, Divididos y, en mayo, el dúo sueco Roxette lo improvisó en el Orfeo. En 1995 La Mona lo cantó en un estadio de Nueva York ante miles de personas. El disco “En Vivo” fue doble de platino y el más vendido por el artista durante varios años. Pero Cueto insiste en que el tema era un éxito cuando todavía era un blues.

–Lo tocábamos siempre, desde que lo compusimos en casa. Cuando Mario Luna organizaba los festivales de rock hicimos bailar a 15 mil personas con “el vino”. Se volvían locos. En los tres festivales Córdoba Rock de principios de los ochenta, el tema fue un hit. Lo pasaban las radios y la gente enloquecía.

Hace unos días Cueto firmó los papeles que le permitirán a La Mona versionar el tema en portugués. El cuartetero quiere entrar en el mercado brasilero y apuesta a que “el vino” le abra la puerta.

–Podría decirse que el vino es bilingüe…

–Sí, pero hay un problema: en Brasil no se toma vino sino cerveza. Así que el tema allá se va a llamar ¿Quién se ha tomado la cerveza?

No va a decirlo pero moverá la cabeza de lado a lado con una mueca de asquito. A Cueto no le gusta el cuarteto, le aburre y prefiere saltear la pregunta. Piensa que, en cierta forma, “el vino” lo traicionó. Que el éxito del tema en los ochenta hizo estallar el mercado del cuarteto matando al rock cordobés.

–Muchos dejaron de hacer rock porque el cuarteto generaba guita. Hasta mediados de los ochenta había un montón de bandas, pero el cuarteto se lo morfó todo.

– ¿Cómo es tu relación con la Mona?

– No somos amigos. El está en otra.

–Te hubiese gustado que el éxito del vino suene como un blues…

–Y sí. Pero ya no importa. El tema no es mío sino de la gente. Yo sé que lo compuse y con eso me alcanza.

Cuando dice “me alcanza”, frunce los hombros como queriéndose conformar.  Después, en el living de su casa, de entre una pila de vinilos, el gordo saca y levanta una damajuana vacía como un trofeo.
–Algún día quizás la municipalidad me entregue el reconocimiento que merezco: la damajuana de bronce– se ríe.

Si algo queda claro es que a Cueto no le gusta que “el vino” suene a cuarteto. Pero ya no hay nada que hacer. Solo tocarlo cada tanto con Año Luz en su versión original y recordar que hace más de 30 años, en el verano de 1980, en una casa de barrio Los Plátanos, luego de haber almorzado costeletas con puré, fue él mismo quién se tomó todo el vino y después escribió un blues.

 

Gentileza imagen: Daniel Cáceres