La casa Madre Teresa, en Arturo M. Bas casi Duarte Quirós / Foto: Octavio Rojas

Por Octavio Rojas *

El pan de cada día

En un contexto de pobreza y exclusión, la casa Madre Teresa es un espacio de contención social para personas en situación de calle. En su servicio cotidiano, se revela lo solidario, lo colectivo y lo humano. 

Al transitar las calles de la ciudad, se advierte que la cantidad de personas sin techo ni medios de subsistencia y a la intemperie es cada vez mayor. A nivel país, según los últimos datos del INDEC, en el primer semestre del año la pobreza alcanzó al 31,6% de la población, mientras que la indigencia registró un 6,9%. En el Gran Córdoba, los números fueron del 29,5% y el 4,7% respectivamente. 

 

En este contexto, se sostienen distintos espacios de contención social, comedores, merenderos o albergues que a pesar de las condiciones socioeconómicas adversas y las políticas de provisión restrictivas, buscan las formas de continuar con sus tareas. En el plano local y encontrando respaldo en la comunidad religiosa, uno de estos espacios funciona en el corazón de Córdoba, con la particularidad de diferenciarse como “algo más que un comedor”.

 

“¿Qué tan importante es la distinción entre Casa y comedor?”. El director de la Casa Madre Teresa de Calcuta, Fernando, asiente con gesto de poca sorpresa y da una respuesta ensayada casi a la fuerza después de contestar tantas veces la misma pregunta. “Es clave, la esencia es ofrecer un sitio que vaya más allá de la provisión de alimentos o de ropa. El objetivo, más que atender las necesidades físicas, es proveer un apoyo de carácter vincular para que la gente pueda ir recuperando afectos y valores”, explica.

Comensales de la casa / Foto: Ezequiel Acevedo

La Casa Madre Teresa es una entidad amparada por la Catedral de Córdoba, sostenida por la participación activa de voluntarios que ofrecen de lunes a viernes el almuerzo a personas en situación de calle, vulnerabilidad o precariedad. A poco más de un año de su inauguración, cumple su misión en un contexto social donde la pobreza, la falta de trabajo, los consumos problemáticos y otras asperezas del paisaje urbano de Córdoba y el país siguen imperando. Aquellos atravesados por esta conjunción de realidades se congregan cada mediodía en la sala comedor, no solo para recibir un plato de comida por parte de un diverso equipo de voluntariado, sino también para ser escuchados, asistidos y, fundamentalmente, valorados.

El director destaca un aspecto clave: “Tratamos, en la medida de lo posible, de ayudar a que salgan de la calle”. No una declaración de mera esperanza o deseo remoto, sino un objetivo planteado dentro de los cimientos fundacionales del espacio. Puertas adentro, la institución cuenta con servicios de comedor, ropero, lavarropas, asistencia social, apoyo escolar, capilla, baños, duchas, peluquería y terapias grupales.

La historia del proyecto es parte de la historia familiar de Fernando. Allá por 2016, su hijo Francisco y unos amigos tuvieron la iniciativa de repartir comida que les quedaba con gente necesitada. Aquello dio paso a una escena que su padre describió, más de una década después, como “amigos cocinando en un departamento de Nueva Córdoba”, cada vez más porciones a razón de la satisfacción que les iba generando compartir con más y más individuos. Un gesto sencillo que tendría secuelas más ambiciosas y complejas, pero con la misma impronta de empatía y generosidad del principio. La operación evolucionó en la formalización del comedor Panza Llena Corazón Contento, a cargo de Fernando en las instalaciones del Círculo Católico de Obreros, en Caseros al 600. Durante varios años, se prepararon allí raciones para luego distribuirlas en el Paseo Marqués De Sobremonte. En 2019, se sumaría Andrea, la otra cara de la propuesta actual, convirtiéndose en la principal referente de las actividades de servicio y el vínculo por excelencia entre los voluntarios y los beneficiarios.

Muchos de los que concurren a día de hoy para recibir su plato provienen de los días de Panza Llena, o “Pancita” como recuerda cariñosamente Darío, uno de ellos. “Somos muchos los que no tenemos nada y gracias a Dios estamos acá”, dice el hombre que se encuentra sin techo desde hace ya un tiempo. Consultado sobre qué valora más del lugar, repite la pregunta pensativo, para concluir con palabras simples y tono de gratitud: “Sentarme en una mesa y comer, y bueno un baño, ja”. 

Varios miembros del voluntariado que daban una mano en el comedor también se sostienen en el proyecto. Es el caso de Tomás, joven recibido hace poco en la Facultad de Economía y que lleva años subido al barco. Sobre las sensaciones halladas a lo largo del camino, comenta: “Mucha felicidad por el hecho de poder estar dentro de un hogar, una familia, porque ese es el ambiente que se respira dentro. Alegría con respecto a poder dar una mano ante la situación de cada persona, no sólo brindando la comida sino además una escucha, una palabra”. Además, recalca la importancia de lo que puede contribuir cada uno a nivel individual, al “aportar lo propio”, pero también habla sobre el peso del sentido comunitario sobre la vida de cada colaborador y proclama sus ganas de seguir “agrandando la familia”.

Con la excepción de los miembros del Servicio Penitenciario que se encargan por turnos de la vigilancia del inmueble, Fernando y Andrea son los primeros en llegar a la Casa, ubicada en Arturo M. Bas casi Duarte Quirós, en pleno centro cordobés y a cuadra y media del emplazamiento anterior. Se trata de una vieja casona pintada de beige, adornada con motivos azules y blancos de la Madre Teresa, además de un precioso relieve de mosaicos con el rostro de la beata. Más profunda que ancha, se presenta con una puerta a doble hoja de madera y estilo colonial, escoltada por dos grandes ventanales cubiertos por persianas y antecedidos por unas rejas bajas, uno sobre el comedor y otro sobre la capilla. La siguiente en llegar es Patricia (Pato, de forma más cariñosa para los recurrentes), la empleada de limpieza, apreciada por su conexión especial con los huéspedes, un punto de apoyo esencial dentro de la comunidad.

La casa se sostiene con las contribuciones de feligreses de la Catedral y el aporte de alimentos de la Municipalidad de Córdoba / Foto: Octavio Rojas

Los voluntarios empiezan a acercarse después de las 12. Entre ellos está Rosa, jubilada y colaboradora de los martes y jueves, quien se sumó desde la inauguración, por lo que su vocación de asistencia ha crecido en paralelo a la evolución de la Casa. “El servicio brindado día a día me permite compartir, conocer y sentirme acompañada. En este primer año, advertí la capacidad de muchas personas, desafíos que permiten crecimientos. Es muy importante y satisfactorio ver todas las posibilidades que se ofrecen”, considera.

Más o menos a la misma hora, llega la comida, el eje alrededor del que giran gran parte de las actividades. Años atrás, todavía en los tiempos de Panza Llena y cuando arribó la pandemia, el grupo se vio forzado a dejar de preparar por sí mismo las viandas. Desde entonces, la Municipalidad tomó la posta y dispuso enviar desde una planta tercerizada las raciones necesarias, siempre y cuando el equipo mantuviera su funcionamiento independiente y los lazos que venían construyendo. Lo que anteriormente eran bandejas individuales, que a veces llegaban frías, adiposas y sin cubiertos, actualmente, con la mayor amplitud espacial que permite la casa, se convirtieron en contenedores metálicos que mantienen la comida caliente y separan el plato principal de la guarnición. El menú varía día a día, incluyendo generalmente pan de carne o cerdo con arroz, polenta con salsa, estofado, milanesa con fideos, entre otros. Además, se acompaña con bolillos de pan, jugo de manzana o naranja y postre, casi siempre una fruta y de vez en cuando, para alegría de los comensales, algún alfajor u otra golosina.

Los pilares de sustento en infraestructura y mantenimiento vienen por el respaldo de la Catedral. Las conversaciones se dieron en 2024 entre Fernando y Javier Soteras, párroco de la iglesia matriz de la provincia. Así se consiguieron el espacio físico y los medios humanos necesarios para llevar a cabo esta obra de apoyo social. Cuando Fernando inspeccionó por primera vez los pasillos que más adelante constituirían la Casa, en ese entonces desocupados y descuidados, lo único que encontró bien posicionado a la vista era un busto de la Madre Teresa, lo que inspiró el futuro nombre del lugar.

La casa abre sus puertas al mediodía y además de almuerzo brinda duchas, peluquería y asistencia escolar / Foto: Ezequiel Acevedo

Pasadas las 13, los voluntarios se acomodan dispersos en el comedor, el hall y la cocina, para luego ir y venir por el angosto pasillo central que hila los espacios. Los invitados entran en fila, dejando registro de su ingreso en el escritorio de la entrada ocupado por Andrea. Se oyen saludos cariñosos y animosos, aunque a veces también quejas o discusiones propias de las cargas traídas por los ingresantes desde la calle. Los que acarrean consigo sus pertenencias las dejan en unos lockers tipo jaula, que se llenan de mochilas, elementos de subsistencia, abrigos y hasta otros alimentos. Luego, proceden a ubicarse repartidos en seis de las ochos mesas del largo comedor principal, las otras dos son ocupadas por los responsables de servir las porciones.

En una de las paredes laterales, posters con frases de la Madre Teresa de Calcuta acompañan cada una de las mesas. “Basta una palabra, una mirada, un gesto, para llenar el corazón de los que amamos”, reza uno. Un par de estas citas, curiosamente, figuran en la categoría de “falsamente atribuidas, significativamente parafraseadas o interpretadas a nivel personal” en la sección de citas falsas del Mother Teresa Center, un portal especializado en la misión de la monja albanesa. Del otro lado, una lámina traslúcida estampada con el rostro de la santa canonizada en 2016 (año en que toda esta historia arrancaba) se ilumina de tanto en tanto, justo donde también están instalados la calefacción, ya descansando luego de su uso invernal, y los ventiladores, próximos a comenzar su arduo trabajo estival. Cuando se alcanza cierto quórum, variable en relación a la fecha, el clima y otras incidencias, Andrea ingresa, con voz estridente impone el silencio y selecciona a algún comensal o voluntario para que haga la oración. Luego, de adelante para atrás cada mesa se levanta a recibir su plato.

Hall de la casa Madre Teresa, cuyo mantenimiento e infraestructura dependen de la parroquia de la Catedral. Para la admisión de beneficiarios, se realizan entrevistas con asistentes sociales / Foto: Octavio Rojas

El ingreso se estructura por medio de un padrón limitado, compuesto de unas sesenta personas beneficiarias. Lejos de las doscientas raciones que se distribuían en el Panza Llena, pero en pos de un servicio mucho más completo, profundo e integral para el progreso de cada uno de los empadronados. No asisten todos juntos, de hecho algunos dejan de venir por un tiempo o aparecen esporádicamente, más todos están habilitados para asistir a comer durante la semana y anotarse en las otras actividades.

“No hacemos juicios de valor sobre las actitudes que tengan en la calle o en sus medios, en tanto y en cuanto sean respetuosos de las normas y respetuosos con sus compañeros”, asegura Fernando. Tanto las reglas de ingreso como las de permanencia son tomadas muy seriamente por el equipo responsable, por medio de herramientas como las entrevistas o los seguimientos de caso realizados por Laura, la asistente social. 

Hubo y probablemente seguirá habiendo deserciones, conflictos o incluso expulsiones dentro del grupo, en vista de los esfuerzos por mantener el orden y el ambiente sereno que se observa la gran mayoría de las jornadas. A veces aparecen caras nuevas. Emilio, por ejemplo, vive y trabaja como lo que se suele llamar en la jerga popular trapito, junto a su pareja Analía. No quedaron seleccionados en el padrón original y cuando meses más tarde tuvieron una nueva entrevista, sintieron un alivio muy grande. “Si no, tenía que volver a comprar comida hecha y con el trabajo que tenemos se vuelve un poco difícil”, reflexiona.

Sobre otros rubros adicionales, se pueden destacar las terapias grupales de los viernes, realizadas por profesionales de la Secretaría de Prevención y Adicciones de la provincia con quienes lo necesiten. Tal es el caso de Martín, con un historial reciente en cuanto a problemáticas de salud mental. “Estuve internado en el Saint Michel. Cuando salí en el 2024 me negaron un plato de comida cuando llegué a mi casa y me daba vergüenza pedirle a los vecinos”, recuerda. Ahora, con una gran sonrisa, se reconoce como “hincha de la Casa Madre Teresa”, siendo uno de los más concurrentes y participando todos los viernes de los encuentros. Otra función que aprovechan los huéspedes es la de apoyo escolar. Norma es mayor de edad y quiere obtener su título primario, aprovechando para quedarse después del almuerzo un par de veces a la semana y estudiar con la asistencia de los voluntarios Sonia y Matías. Considera que va “muy bien”, aunque reconoce que hasta hace poco venía pero no estudiaba. Pruebas de su avance y el de sus compañeros están exhibidas en una cartelera, ubicada a lado de las mesas del salón diagonal al comedor, donde suelen hacerse las reuniones. Allí puede leerse en letras grandes de cursiva su nombre y apellido.

En el hall central el sol de media tarde se cuela por el tragaluz dispuesto en el techo de madera, iluminando casi etéreamente una estatuilla de un ángel colgada en la pared. Al frente está Celeste, madre y trabajadora titulada en marketing, que también espera terminar la carrera de Comunicación Social. Transita los pasillos como una de las huéspedes más carismáticas y radiantes. Se enteró de la iniciativa en la Catedral en diciembre del año pasado y desde entonces es una asistente regular. “Valoro mucho la calidez humana, los vínculos que se van estableciendo entre cada uno de nosotros”, dice. Agrega que no es solo venir por un plato de comida, sino por los lazos afectivos y sociales, por lo que suele ponerse en actitud de “romper el hielo” con algún chiste, pregunta, seña o sonrisa.

Ya casi no queda nadie sentado, solo algunos rezagados apasionados por la sobremesa o demorados que llegan sobre la hora. El resto ya se retiró o permanece en el hall esperando su turno para el uso de las duchas (en otros días, se puede decir lo mismo sobre la peluquería).

En las paredes del comedor hay retratos y frases de la Madre Teresa de Calcuta / Foto: Octavio Rojas

Hoy le toca a los hombres, que previamente se anotaron y reciben su kit de shampoo, jabón y toalla, con la asistencia de Jonatan. Antes de irse, otros pasan por la pequeña capilla, ubicada a la derecha del ingreso, mientras que alguno charla con Laura o Fernando. En la cocina, los voluntarios lavan y secan la vajilla metálica empleada durante la jornada, para dejarla en condiciones de cara al día siguiente.

Nadia, madre soltera de seis, había concurrido a Panza Llena en busca de ayuda en un momento muy complicado. “Además de lograr cierta estabilidad para mi familia, encontré un lugar donde me sentí querida, parte de una comunidad. Eso marcó un antes y un después en mi vida”, afirma. Hoy viste alegremente la pechera azul de voluntaria en la Casa y, si alguna vez no puede acercarse, no falta huésped que pregunte por ella, lo que le genera “una profunda gratitud y enseñanza diaria”. En virtud de venir desde el comedor, reflexiona que aunque lo anterior se hacía con mucho amor, faltaba algo para recibir, acompañar y valorar a las personas en su dignidad. Explayando más, agrega lo que el servicio significa para ella: “Me enseña a valorar lo esencial, a ser más humilde y solidaria, y a reconocer en cada persona una historia y una esperanza. Me conmueve ver cómo, poco a poco, muchos van recuperando su autoestima y sus ganas de salir adelante”. 

El recinto se vacía y los últimos visitantes regresan a un mundo exterior que a veces contrasta en comparación con la casa: otro clima, otros tratos, otras reglas… Algunos voluntarios también empiezan a retirarse, para acoplarse a sus obligaciones cotidianas, otros se quedan un poco más a compartir un rato de distensión con los encargados. Por la tarde, se dan por finalizadas las actividades. Fernando, Andrea y Pato, los primeros en llegar son, naturalmente, los últimos en irse. La rutina se reanudará mañana, como desde hace un año, en la búsqueda continua del reencuentro, de la preservación de la calidez humana y del sentido de acción colectiva. Tal vez también, en la búsqueda de la validez de los actos de fé en actos de servicio social. Una de las frases de los posters -esta no falsamente atribuida a la Madre Teresa- fue pronunciada como consuelo a una amiga frustrada porque sus esfuerzos por mejorar la vida de las personas no parecían hacer la diferencia. La monja puso sus manos en las suyas y dijo: “Lo que hacemos no es más que una gota en el océano, pero si esa gota no estuviera allí, al océano le faltaría algo”.

(Por respeto al derecho a la intimidad, los nombres de los beneficiarios entrevistados para esta crónica han sido cambiados)

Para contactar con la Casa Madre Teresa por interés en el voluntariado, donaciones u otras consultas, comunicarse al teléfono: 351 3110033

 

* Estudiante de la licenciatura en Comunicación Social en prácticas de trabajo final en el portal Qué de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la UNC.