Por María Paulinelli

La novela de Eugenia Almeida, ganadora del Grand Prix de Littérature Policière 2024 en Francia, presenta un mundo sombrío donde “no estamos a salvo” y devela “un sistema político ideológico que exacerba diferencias, margina y deshumaniza”.

¡Hola!

De nuevo con ustedes.

Un nombre –Eugenia Almeida–, un texto –Desarmadero– nos transforman en ese milagro que produce la lectura. 

Nos convertimos en enamorados lectores que, atónitos, desciframos el increíble relato que se expande en la voz de Eugenia que musita imágenes que mira, diálogos que escucha, sombras que dibuja.

Un relato increíble que no solo nos deja estupefactos a nosotros, sus lectores –compañeros de aquel tiempo feliz de la Escuelita–, sino que es reconocido con el Grand Prix de Littérature Policière en el año 2024. Distinción que la ubica como la primera en lograr ese reconocimiento entre los  escritores argentinos y tercera entre los de lengua española.

Importante, ¿no?

Y entonces, fascinada ante ese libro que se expande, intermitente, causando asombro, estupor, admiración, relevancia entre los otros relatos policiales, les quiero contar mi experiencia de lectura y hacer que estemos juntos, mientras las páginas se vuelven y la maravilla de la escritura despliega la magia que tienen algunos discursos. 

Eugenia Almeida es la primera escritora argentina en ganar el máximo premio francés a la literatura negra y policial

Y entonces, me pregunto. ¿Cómo fue que Eugenia, hizo este texto?
¿Cómo logró plasmar el desconcierto  en la  mirada sobre un mundo posible que puede ser el nuestro?

Quizás lo soñara como un relato incandescente, solo de acciones y de hechos.
Quizás, también, lo imaginara en el vértigo que producen las palabras en busca de una historia. A lo mejor, lo escribiera encandilada por el ritmo frenético que alcanza la vida por momentos.

Lo que sí, comprendemos,  es que “no sabemos qué forma del abismo es nuestra forma”, como dice el Epígrafe de Roberto Juarroz que inicia el texto.

Y en eso estamos. Por sobre la estructura perfecta del relato, por sobre la adscripción a una forma particular de mundo posible, nos interpela esa pregunta sobre el abismo que tenemos los humanos.

¿Qué forma adquiere? ¿Cuál es su sustancia?

Y como una continuidad con las palabras de Juarroz… ¿cómo identificamos esa exclusividad que nos define?

No estamos a salvo. Nuestra precariedad se define por los abismos que nos muestran, nos precisan, nos conforman. Lo mismo que los habitantes de ese mundo posible que es Desarmadero.

 

Por eso, al cerrar el texto, sigue resonando la voz de Eugenia que interpela, y nosotros… tratando de encontrar una respuesta. Hemos dicho, una forma de relatar ese mundo posible que es el texto.

Los enunciados abrevan en el género negro como cuestionamiento a un sistema político ideológico que exacerba diferencias, que margina, que establece oscuras zonas, que deshumaniza y hace de cada persona un dispositivo ajeno a decisiones y elecciones.

De ahí, el mundo sombrío que resulta. Un mundo imposible de transformar y mejorarse. Un mundo de violencia y de poder injusto de unos sobre otros. De ahí, el ritmo vertiginoso que adquieren las acciones.

De ahí, también, que se muestre con imágenes, sin intermediación alguna entre quien relata y ese mundo resultante. De ahí, finalmente, que el relato avance en los diálogos que cosifican y despersonalizan y… solo narran. Son recursos que inciden en ese determinismo de ese mundo relatado. 

Las palabras referencian. Solo muestran. Pueden metaforizar ese real despersonalizado, pero siempre como imágenes que reenvían una y otra vez, a ese espacio y a ese tiempo que se expande desde la materialidad que lo define. 

Por eso, el texto se estructura en fragmentos breves, concisos y precisos. Setenta y seis. La escritura desapasionada  muestra sin expresar. Solo referencia. Los diálogos, se entremezclan con relatos brevísimos. Monólogos que se formulan desde la inmediatez de hechos sucedidos. Podemos entrever intermitencias fugaces de algún afecto, de algún sentimiento, de algún encuentro con el otro. Todo se escalona desde la corrupción, la violencia, la maldad en sus posibles manifestaciones. Es un mundo vaciado de humanidad.

Un vaciamiento que se expande en la ubicación precisa de lugares que permiten avizorar que ese mundo, es cercano en la dimensión de lo real y fundamentalmente posible. 

El lenguaje ancla en el habla calcada de los sectores marginales. Los apodos, las palabras y la sintaxis cargan de significaciones los retazos fugaces de ese real que avizoramos.

Entendemos la representación del mundo posible al que accedemos. Cerrado en sí mismo, con reglas propias de funcionamiento pero vinculado a ese real que se mezcla con la imaginación soberana de quien está narrando.  

El significado de desarmadero supera el relato concreto argumental. Es el espacio donde desaparecen los autos en minúsculas partes. Un espacio que se expande en una vasta red de negocios de todo tipo.  Y… con ellos el poder enquistado en las distintas instituciones.

Se metaforiza también en ese desarmadero en que se convierte el mundo con la desaparición de las estructuras de poder existentes.

Si se parte de una realidad que metamorfoseó las instituciones en un determinismo inapelable, el relato avanza en la descomposición de ese mundo real que se transforma en obsoleto, mejor digamos, provisorio.

Desarmadero, pues, como metáfora de una transformación permanente sin solución de continuidad… en un desplazamiento de intermitencias permanentes de caos y destrucción. Una crisis del sistema de organización social, que se hunde en el marasmo de lo efímero e imprevisible.

Una acerba crítica a los sistemas imperantes pero acá –en este relato– con la traslación de lo real a la subjetividad de los humanos.
Por eso, los abismos que el epígrafe inicial alude.
Por eso, que no se agota en el funcionamiento de ese desarmadero, sino que nos interpela como espacio en el que todos convivimos.
Doble cuestionamiento que va desde lo social a la particularidad de los individuos actuantes, en los abismos refractores de ese desorden y reemplazo permanente de estructuras inoperantes del poder en sus diversas formas. 

Ese es el valor del texto.

Interpelarnos sobre nuestra pertenencia a un mundo del que somos parte. Indagar sobre los abismos que se enquistan en nuestra forma de estar vivos. Reconocer la ductilidad de una escritura que logra autonomía de las convenciones genéricas y se alza con la particularidad comprometida de transformar, mejorar, humanizar esta existencia que es la nuestra.

De allí el valor de las palabras. Palabras que nos interpelan y alteran la calma que otorga la ignorancia… quizás la displicencia.

Conocer nuestros abismos. Hacernos cargo de ellos.
Ese es el comienzo de hacer el mundo más humano.
Gracias, Eugenia por devolvernos la esperanza.

Hasta más vernos.

María

 

Foto principal: www.brownonline.com.ar  

 

* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.