Por María Paulinelli *
Naturaleza y tradiciones populares, mitos ancestrales y revolución, Cataluña y Nicaragua, en la mirada de dos escritoras. Canto yo y la montaña baila, de Irene Solá, y La mujer habitada, de Gioconda Belli.
El incesante fluir de la vida, nos coloca rauda, continuamente, en nuevos espacios, distintas situaciones… y aprendemos, así, de a poco, a mirarnos de modo diferente. Nos reconocemos en las imágenes que vamos generando de este tiempo, de la Historia, de este mundo. Damos a las palabras significaciones que profundizan las ya existentes, pero también, incursionan en otras posibilidades.
Y entonces, es como si ilumináramos lo ya visto y conocido que ahora adquiere otra densidad, otra consistencia. Es la contemporaneidad, me digo. Es mirar con ojos nuevos lo vivido. Es otorgar a las palabras plenitudes que se deslizan en esta intermitencia de la vida.
Nuevamente, acá estoy, para que sigamos mirando este mundo que vivimos. Ahora, desde unos textos… increíbles.
La poesía nos invade con esas miradas que hechizaron otros tiempos.
Las tradiciones populares en el canto de quien la recoge y la hace texto de lectura. Canto yo y la montaña baila.
Los mitos que explicaron otros días y que hoy iluminan el presente que vivimos. La mujer habitada.
Quizás sea reconocer la vitalidad de las palabras, una posibilidad de hacer el mundo más de nosotros. La magnífica metáfora del canto confundido con el baile de la naturaleza –que está siempre– y la apelación a esa mujer que está habitada por presencias tan antiguas como el mito –pero que están siendo–, referencian esa potencia de las palabras para hacer el mundo que habitamos, un poco más humano.
El canto como evocación, invocación y esperanza
Irene Solá escribe Canto yo y la montaña baila. Lo hace en catalán. Representa, así, el lugar que se relata desde la pulsión misma del lenguaje.
La traducción conserva algunos términos que remiten a la identidad del canto que prorrumpe, al vértigo que tienen las palabras cuando bailan. Por eso, el lirismo –que enternece– por la poesía que desborda.
El mundo todo es la montaña. Un mundo de antes, ahora y del mañana. Por eso, en las historias –referenciadas en la acción de bailar de la montaña–, se mezclan los tiempos, los sujetos que modulan, el mundo natural con el humano, y queda el tiempo eterno de la espera que… es el tiempo inmemorial de la montaña. Los continentes se retorcerán sobre sus cimientos. Las paredes de roca crujirán en los encontronazos, el cielo se cubrirá de repente, los ríos de lava correrán incendiándolo todo, el mar se apartará y temblará mientras estallan los volcanes y el aire se llena de humo y de ceniza. Y dejaremos de ser las montañas que éramos, las casas y las guaridas y las madrigueras y los bancales y las crestas que éramos antes. Y nuestros restos, nuestros despojos, nuestras peñas, se convertirán en valles, llanuras, toneladas de materia rocosa que se hunde en el mar, nuevas montañas.
El canto es un largo relato que se expande en partes y fragmentos que prorrumpen en plurales sujetos indistintos. La multiplicidad de voces, permite entender no solo la inmensidad de la poesía y las palabras, sino como es la vida que transcurre, que transcurrió antes en las historias rutilantes. Por eso el canto alude a las montañas y a quienes las habitan. Empiezan los relatos, se desplazan, se arrinconan para culminar en el cierre que termina el texto. Las voces enmudecen, el mundo narrado está completo.
Un círculo que se abre en la lectura, adquiere consistencia y queda en el susurro. Pero siempre con la consistencia del canto. Por eso, permanece. Por eso, tiene escucha. Es una voz que cuenta y se mantiene en la sonoridad que solo tienen los sonidos. Sigue siendo. Es con otros. Necesita el yo y, luego, el tú que lo completa…
Por eso, este canto es tan humano. Por eso la montaña lo acompaña en ese baile que son las historias que se narran.
Las historias que finalizan el relato en esa voz que recoge mientras, dice: Y ahora dirá algunas cosas. Las que se pueden decir seguidas, como una cuerda. Las que recuerda, las que encienden como bengalas. (…) Las que hay que decir en voz baja y las que hay que decir poco a poco. Las que queman. Las que se dicen mirando los árboles, y las que se dicen mirando la hierba, y las que se dicen mirándonos las manos, una encima de otra, y después mirándome a mí. Yo escucharé. Después diré algunas cosas. Lo que pueda, Y luego se hará de día. Primero de color gris, después azul y después amarillo.
Las historias son de un pueblo que puede ser ese… y otros tantos. Pueblos esparcidos –Camprodon y Prats de Mello– por las laderas de esa cadena que conforma Los Pirineos, tan cercanos a Cataluña. Tan seguros en el habla que se habla.
La contratapa califica al texto como novela. En la lectura, avanzamos sobre historias aparentemente desgajadas, unidas por el lugar donde se protagonizan esos hechos. Pero el cierre, –¡ese cierre que antecede este fragmento!– recoge los hilos de la trama y entendemos todo. Sabemos qué contaron esas voces… Y decimos entonces, es una novela de un yo que canta mientras, el mundo entero baila.
Dijimos muchas voces. Muy dispares. Están todos los posibles.
La voz de la naturaleza está presente en las nubes, los rayos, el corzo, el oso, la nieve…. La voz de los humanos se expande en los protagonistas de los hechos que forman parte de la escena… de sus miedos y alegrías, de ceremonias que son vida, de los siglos que anteceden… de atavismos que se mezclan…. de la Historia más cercana con la guerra fratricida.
Pero también, da lugar a las palabras que son solo expresividad. La poesía ocupa un fragmento donde entremezcla la voz del poeta con poemas, con pensamientos que son puro lirismo.
La poesía recitada: Guardo todos los poemas en la memoria como en una cómoda ordenada. Con palabras que se pierden, con silencios que separan cada trozo del poema: Después de recitar un poema siempre espero un momento. Después del eco de mis palabras, después que mi voz roce las cosas y llene todo el espacio entre los objetos, guardo silencio. Para separar el poema de los demás. Y escucho.
Reitera esa necesidad que tienen las palabras de un eco cuando dicen. El poeta habla. El poeta proclama. Pero el poeta también, escucha. Algún pájaro. El aire que vuelve a hacerse amo y señor del espacio entre las hojas. El silbido quedo del mundo en el fondo de los oídos…
Las palabras mezcladas con imágenes. Solo líneas que completan la historia entera de las montañas desde antes y al mañana. Colisión es el fragmento que narra con dibujos y también con la memoria. La voz de la montaña dice: Mi sueño es tan profundo que se cuela por debajo de los mares. El mar me cubría hace muchos milenios, casi no me acuerdo. Ciega y sorda y medio dormida como estoy.
Habla y recuerda la lenta conformación de los relieves. Doloroso por momentos… Pero siempre lleno de generosidad de acogimiento hacia los seres que lo pueblan. Pero no me obliguéis a decir nada más. Silencio. Basta.
Una memoria que se extiende a tiempos todavía no vividos… donde siguen estando ellas, las montañas.
Es que el baile no solo es el relato de la vida, es la misma vida que crea el movimiento metaforizado en esa singularidad que nombra el texto. Canto yo y la montaña baila. Empezará el movimiento otra vez. El desastre. El siguiente comienzo. El enésimo final.
Podría seguir transcribiendo las palabras de Irene Solá.
Sería una manera de pensar que el mundo puede ser también movimiento, fluidez y que esa significación metaforiza la esperanza de un cambio… de una transformación en un nuevo tiempo.
Me pregunto: ¿Quizás un poco más humano?
Y ahora, sigo.
El mito y la revolución, en una mujer
Gioconda Belli escribe La mujer habitada. Nicaragüense, pero fundamentalmente, latinoamericana.
Un epígrafe de Eduardo Galeano abre el texto. El fragmento corresponde al Mito de los indios makiritare, de Memorias del fuego. Habla de la continuidad del proceso vida/muerte. Rompo este huevo y nace la mujer y nace el hombre. Y juntos vivirán y morirán. Pero nacerán nuevamente. Nacerán y volverán a morir y otra vez nacerán. Y nunca dejarán de nacer porque la muerte es mentira. Encomia así, la perpetuidad de un movimiento empujado por la vida. Una significación que es esperanza… que veremos es la esperanza en la transformación que significa la historia de la protagonista. Esa mujer habitada.
Pero, veamos cómo lo propone.
El texto se organiza en 28 capítulos numerados.
Los capítulos alternan fragmentos en letra regular y cursiva. Esta división lograda en el diseño, permite la alternancia de dos voces, dos historias. La de Lavinia –una joven del presente– y la de Itzá, ese espíritu enquistado en un árbol de naranjo que murmura la memoria de Latinoamérica. Al amanecer emergí… Extraño es todo lo que ha acontecido desde la última vez que vi a Yarince aquel día en el agua. Los ancianos decían en la ceremonia que viajaría hacia el Tlalocan, los jardines tibios de oriente –país del verdor y de las flores acariciadas por la lluvia tenue– pero me encontré sol por siglos en una morada de tierra y raíces, observadora asombrada de mi cuerpo deshaciéndose en humus y vegetación. Tanto tiempo sosteniendo recuerdos, viviendo de la memoria de marcas, estruendo de caballos, los motines, las lanzas, la angustia de la pérdida, Yarince y las nervaduras fuertes de su espalda. Un monólogo que también es el relato de una historia que revive un tiempo viejo que se hace nuevo, en la otra historia que se narra en la letra diferente.
Aquella –la historia de Lavinia– en los fragmentos de un narrador en tercera persona que relata un tiempo, que es el nuestro. El día que floreció el naranjo, Lavinia se levantó temprano para ir a trabajar por primera vez en su vida. Soñolienta apagó el despertador (…) Sí, se dijo, escogiendo cuidadosamente la ropa, sacudiendo la cabeza para acomodar los rizos –el secreto era no peinarse– ella estaba a tono con la época. Hacía más de un mes se había trasladado a la casa de la tía Inés abandonando la morada paterna. Era una mujer sola, joven e independiente.
Una, desde un yo que se desmadra en el recuerdo, en la mirada inquisidora sobre la otra protagonista que es Lavinia… habitada finalmente por la esperanza, por la creencia en la resistencia a la opresión en cualquiera de sus formas, por la espera de la revolución como propuesta, por la transformación de la historia en Nicaragua, que es Latinoamérica.
Ese es el relato. Los cambios se producen en esa interacción poética que se produce entre la voz de una y los acontecimientos vividos por la otra. Aquella, en esa voz que permanece, en esa presencia vital en ese mundo casi mágico de naturaleza y de pasado. Otra, desde la doble perspectiva de la omnisciencia del narrador pero también de la mirada que murmura.
Esa contracción del relato que logra la alternancia entre el lirismo del monólogo con la precisión referencial narradora de los hechos, logra una simbiosis que llena de expectativas y de goce la lectura.
Atisbamos los sucesos. Nos maravillamos con la sugestión de las palabras. Deambulamos en los hechos. Permanecemos en la magia de lo inexplicable… que se esboza.
Una y otra vez, el título se referencia. Se explica desde los murmullos que persisten. Se debate en las contradicciones que suscita. Una mujer… pero habitada. ¿Por quién? ¿Cómo? Uno y otro día la he sentido bambolearse sin poder evadirse, asomándose a sus dudas como quien contempla un precipicio. No sé si puedo comprenderla. No me son claras aún las relaciones. Sé que ciertas imágenes de mi pasado han entrado a sus sueños, que puedo espantar su miedo oponiéndole mi resistencia. Sé que habito su sangre como la del árbol, si bien no me está dado cambiar su sustancia, ni usurparle la vida. Ella ha de vivir la suya. Yo sólo soy el eco de una sangre que también, le pertenece.
La narración avanza y crece. La mujer que es habitada se transforma. Comprende cuál es el tiempo en el que vive. Habitada por esa fuerza misteriosa responde a la necesidad de un compromiso. Se convierte en militante. Integra el Movimiento de liberación nacional. Se entrega a esa utópica posibilidad de resistencia.
La vida no le pertenece. Ha sido habitada por esos nuevos sueños que son tan viejos como el mundo. Remeda la historia de Itzé y Yarince. También ama y es amada. También mueren en combate Felipe y luego ella. Y es así que, al concluir la lectura en ese cierre del relato, se identifican las mujeres, las historias. Los tiempos se mezclan, se asemejan. La revolución que es el presente, rezuma la resistencia de otra época, donde también hubo un amor –el de Yarince e Itzá– que fue barrido por el tumultuoso sucederse de la Historia pero que permanece en la presencia tenaz de la naturaleza, de los mitos, de las creencias de los pueblos, todo eso encendiendo la esencia… de Latinoamérica.
El murmullo que abrió el texto, cierra ahora. La casa está en silencio. El viento sobre mis ramas apenas parece el aliento de nubes sobre fuego apagándose. Estoy sola de nuevo. He cumplido un ciclo: mi destino de semilla germinada, el designio de mis antepasados. Lavinia es ahora tierra y humus. Su espíritu danza en el viento de las tardes. Su cuerpo abona campos fecundos.
No es solo la singularidad de estas protagonistas.
Hay un protagonismo que las excede. Es el de todo un pueblo. Así dice: Recuperaron a sus hermanos. Vencieron sobre el odio con serenidad y teas de ocote ardientes. La luz está encendida. Nadie podrá apagarla. Nadie apagará el sonido de los tambores batientes. Veo grandes multitudes avanzando en los caminos abiertos por Yarince y los guerreros de hoy, los de entonces.
Como una profecía soñada y esperada, exclama finalmente: Nadie poseerá este cuerpo de lagos y volcanes., esta mezcla de razas, esta historia de lanzas, este pueblo amante del maíz, de las fiestas a la luz de la luna, pueblo de cantos y tejidos de todos los colores. Ni ella ni yo hemos muerto sin designio ni herencia. Volvimos a la tierra desde donde de nuevo viviremos. Poblaremos de frutos carnosos el aire de tiempos nuevos.
Me quedo sin palabras.
Esa revolución que soñamos tantas veces.
Esa utopía presente tantas veces, siento que me inunda, me llena de esperanza y la siento tan nuestra, tan tremendamente nuestra… porque es un sueño enraizado en un espacio distinto a tantas otras utopías que habitaron la Historia… y que quedaron truncas, calladas, silenciosas.
Se ausentaron del tiempo y quedaron vacías, sin sustento.
Siento que ésta es diferente. Siento posible esa revolución tantas veces soñada.
Ahora miro el mundo… tan lleno de palabras que dicen de otro mundo… un mundo un poco más humano.
Hasta más vernos.
María
Textos
Belli, Gioconda. 2018. La mujer habitada. Editorial Seix Barral. Buenos Aires.
Solá, Irene. 2019. Canto yo y la montaña baila. Editorial Anagrama. Barcelona.
* Docente e investigadora. Fue profesora de Literatura Argentina y Movimientos Estéticos, Cultura y Comunicación en la ex ECI, a la que dirigió en dos oportunidades. Es la primera Profesora Emérita de la FCC-UNC.