La excusa de la próxima conmemoración nacional, nos tienta a revisar el recorrido de nuestros derechos, ampliamente documentado aunque no siempre dimensionado en la perspectiva histórica y política.
Por Pate Palero, Integrante de la Red PAR.
Revolución, independencia, patria, Argentina, América. Nombres en género femenino que se intercalan en la retórica del Bicentenario. No obstante lo cual, necesitamos recordar que pasaron más de 100 años luego de que el país declarara la independencia, para que las mujeres comenzáramos a gozar de ciudadanía política.voto_femenino-evita-eva_peron_CLAIMA20150322_2012_27
Pero también, la fecha se ofrece como oportunidad para reflexionar, en términos estratégicos, sobre cuál es el núcleo del debate en nuestro tiempo.
Si educarnos y disponer de nuestros bienes y de capital propio dependió hasta bien entrado el siglo XX de la autorización de nuestros familiares varones, la inclusión en la “universalidad” del voto nos llegó 35 años después que al resto de los argentinos.
Durante los ’70 y ’80, con el recrudecimiento del Terrorismo de Estado las militantes fueron blancos privilegiados de la violencia, mientras que madres y abuelas ocupaban el espacio público que en su juventud no hubieran osado pisar.
Con la democracia pudimos sumar algunas nuevas conquistas, entre ellas la Ley de Cupos (que obliga a los partidos a incluir un 30% de candidatas mujeres a cargos de representación) y la primera Ley de Protección Contra la Violencia Familiar.
Los 2000 se presentaron más fructíferos en términos de conquista de herramientas legales en las más diversas áreas: Programa de Salud Sexual y Procreación Responsable, Ley de Parto Humanizado, incorporación de mujeres en la Corte Suprema y la posterior creación de su Oficina de Violencia Doméstica; Legalización de la vasectomía y ligadura patede trompas; Sistema Integrado de Jubilación de Amas de Casa; Ley de Prevención y Sanción de la Trata de Personas y Asistencia a sus víctimas; Campaña Nacional para la detección precoz del cáncer de mamas; Ley de Matrimonio Igualitario; incorporación de la figura de femicidio en el Código Penal; Ley de Identidad de Género, entre otras, muchas..
Cada paso, cada avance, desde los primeros esbozos del país, fueron
protagonizados por mujeres muchas veces desconocidas, silenciadas, ninguneadas, cuando no difamadas o desacreditadas.
En los últimos años da la sensación de que algunos paradigmas patriarcales comienzan a resquebrajarse. La hegemonía machista se advierte interpelada públicamente en diferentes ámbitos, por generaciones jóvenes nacidas en democracia y con menos miedo a la libertad. Pero no se rinde.
Es fundamental poner atención al contexto, porque las estrategias de supervivencia de un sistema de privilegios que combina tan bien con el capitalismo, son múltiples y tramposas.
El patriarcado retrocede dejando un campo minado de pautas culturales androcéntricas. Nos “concede” el ejercicio de derechos en un escenario que dificulta su ejercicio.
Entre sus trampas, abordar la violencia de género desde el morbo y la espectacularidad, que narcotizan y resuelven la culpabilidad por fuera del debate social, es el recurso al que los medios recurren con más facilidad.
Otra tentación es aplicar “los dos demonios” al debate por los derechos, con la muletilla de que las mujeres también son violentas, con supuestos índices ocultos y una pretensión de “ecuanimidad” que no resiste ninguna estadística.
La contraofensiva machista se refleja también en el fortalecimiento de las estrategias judiciales, en los renovados camuflajes del Síndrome de Alienación Parental, en el aumento de denuncias por “usurpación del hogar” a madres a cargo de la prole, etcétera.
Y también asistimos –no lo negamos- a abusos, a mentiras, a mujeres que con una rápida lectura de un escenario favorable al discurso de “empoderamiento” femenino, recurren a mecanismos y estrategias
perjudiciales para otros integrantes de sus familias.
Esta es también la herencia del machismo, que tiene por regla la construcción de poder en detrimento y a costa del sometimiento de otros/as.
Construir nuevos paradigmas, nuevas formas de construcción colectivas, igualdad-1horizontales y solidarias, no será una tarea sencilla ni a corto plazo.
Lo que no se puede es objetar los derechos a partir de las excepciones: discutir el derecho a la alimentación a la luz de los trastornos alimenticios; o el derecho a la educación en función de las repitencias; o el derecho al voto con el argumento de la ineficiencia electoral.
El desafío es no caer en la tentación de pensar nuestras libertades y oportunidades desde una perspectiva liberal, sino en fortalecer las conquistas como derechos sociales. Porque a la luz del Bicentenario, el
debate sigue siendo el de la igualdad. La pregunta, una vez más, no es sólo cuánta igualdad estamos dispuestos/as a soportar. También es cómo defendemos la equidad que, como país, empezamos a ganar.