Por Jorgelina Quinteros *
Jennifer Gabriela Aranda es una mujer trans, intersexual, activista, militante y luchadora, como se define en sus redes sociales. Sobreviviente de la hormonización forzada y la persecución durante la dictadura, hizo el servicio militar obligatorio y participó en la guerra de Malvinas. De regreso, dejó la testosterona y abrazó su identidad y militancia.
Jennifer Gabriela Aranda, 60 años. Travesti, intersexual, militante por los derechos de las personas trans y travestis y ex combatiente en las Islas Malvinas. Vecina y deportista de toda la vida en el partido de Escobar, provincia de Buenos Aires, hoy recorre con orgullo las calles donde la policía del genocida Luis Abelardo Patti la perseguía y detenía ilegalmente.
Durante su adolescencia, su padre la obligó a hormonizarse como un método “correctivo” para reforzar su masculinidad. Al tocarle el servicio militar obligatorio en 1982, participó en la guerra en el área de logística llevando alimentos, municiones, combustible y cartas a Malvinas. Pisó tres veces las islas. Al volver, dejó la testosterona y abrazó plenamente su identidad. Hoy es una activista travesti y luchadora por el reconocimiento a los y las ex combatientes.
Adolescente intersex en dictadura
-¿Cómo te autopercibís y te gusta ser nombrada?
-Soy una persona intersexual que defiendo la causa travesti por autonomía, por decisión política y porque mis amigas todas son travestis o trans. Muy poca participación interna asumo en la comunidad intersexual. Tengo un montón de amistades, pero cuando te golpean en la calle o te meten presa no te preguntan si sos intersexual, travesti, trans o transgénero. Te detienen porque para ellos sos un tipo vestido de mujer. Entonces en vez de defender mi causa intersexual, defiendo a mis compañeras travestis. Hace bastante tiempo que milito en varias organizaciones y ahora en un espacio que se llama Frente de Disidencias en Lucha Zona Norte.
-¿Cómo fue el reconocimiento de tu identidad durante la dictadura cívico-militar?
-Cuando estaba la dictadura, era adolescente. Tendría 14 o 13 años, pero me veían en la calle o en la plaza y ya me llevaban presa por portación de rostro nada más. Me vestía medio andrógina. Me adaptaba a mi identidad intersexual, que no era tanto femenina como masculina, pero sí una identidad definida. Después del servicio militar y todo lo que me tocó vivir, decidí marcar una identidad que es la femenina, que es la que siempre tuve.
En tiempos dictatoriales y luego de la recuperación de la democracia, Escobar fue tierra del represor Luis Eduardo Patti. El ex subcomisario de la Policía bonaerense e intendente entre 1995 y 2003, fue condenado cuatro veces a prisión perpetua por secuestros y asesinatos entre 1976 y 1983. Gabriela lo conoce y lo recuerda muy bien desde esa época.
“Acá en Escobar, fue muy popular el comisario Abelardo Patti que ya me tenía identificada a mí, a varias y varios chicos gay. Íbamos a parar a la comisaría, nos manguereaba y al calabozo un rato, porque éramos menores de edad. A veces mi papá iba a buscarme. Me llevaban presa simplemente por el hecho de ser quien era”, recuerda.
Casco, fusil y hormonas
-¿Cómo atravesaste el servicio militar obligatorio y qué sucedía con la vivencia de tu identidad de género en ese entorno en particular?
– Al ser intersexual, mi genitalidad femenina interna hizo que me desarrollara como chica. Cuando mi padre descubre eso a los 13 años me lleva al médico y ven que tengo mucho desarrollo femenino por los ovarios internos. Probé con testosterona y estrógeno, pero en mi adolescencia se marcó el camino tanto en mi cabeza como en mis genitales a ser femenina. Mi papá me hace inyectar hormonas de varón haciéndome creer que era porque no crecía. Entonces, cuando me tocó el servicio militar era un pibe. Todas las características femeninas que tenía las perdí.
Gabriela pasó la revisación médica como “Apto A”, porque era deportista. Practicaba artes marciales, corría y tenía un excelente estado físico.
-En mi cabeza siempre fui Gabriela y eso no me lo pueden borrar, así me vea como fisicoculturista. El Ejército visualmente me vio como un chico apto y me tocó el servicio militar sin ningún tipo de tapujo. En la colimba, tuve que hacer un acting todo el tiempo para poder mantener esa imagen machista, patriarcal, imponente. Como era muy deportista, traté de destacarme haciendo actividades que me ayudaron muchísimo a pasar el trago de estar ahí adentro.
-¿Cómo recibiste la convocatoria a combatir en la Guerra de Malvinas y qué es lo primero que recordás de tu llegada a Puerto Deseado (Santa Cruz)?
-Como el regimiento era nuevo, estábamos en preparación en Campo de Mayo cuando se declaró la guerra. No teníamos ni dos meses de instrucción y la terminamos allá. Así fuimos, no había cama, no había nada. Nos mandaron a despedirnos un día de la familia y al otro estábamos volando en un avión 747, todos sentados en el piso, con el destino de Puerto Deseado.
Cuando la navegación era posible Gabriela y sus compañeros cargaban contenedores en el puerto para mandar provisiones a los soldados que aún no habían entrado en combate. Hasta que llegó un momento en que no se pudo pasar más.
-Hice muchos vuelos en el Hércules hasta las islas. Si nos descubría un radar inglés, hubiéramos ido a parar al fondo del mar. Teníamos la tarea de traer heridos al continente y seguir llevando municiones, comida y toda la logística que se necesitaba para apoyar a nuestros compañeros en las islas. A veces nos tocaba un bombardeo, el avión no podía carretear para volver y nos teníamos que quedar ahí. Y si había que entrar en combate estando en la isla, íbamos a tener que hacerlo. A ellos no les iba a importar si veníamos del continente o de otro regimiento. Éramos enemigos todos los que estábamos ahí. Los bombazos y los combates los vivimos a flor de piel.
-¿Cuántas veces te tocó viajar a las islas?
-A mí me tocó tres veces y a mis compañeros otro tanto. De noche, era un oscurecimiento total, porque continuamente había alertas de ataque aéreo, anfibio y terrestre. No dormíamos. Teníamos que trabajar todo el día en el regimiento, con guardias de 24 horas y estabas permanentemente alerta. Estabas a -25° con un metro de nieve y te tocaba la sirena. Tenías que salir con los botines y la ropa media puesta corriendo al pozo hecho por vos antes de que nieve y tirarse ahí. Imaginate que te tirabas a un pozo lleno de nieve hasta que te quedaba la cabecita afuera. Tocaban la sirena de vuelta, terminaba el simulacro y regresabas al regimiento.
-¿Cuáles fueron las sensaciones que te generó pisar el suelo de las islas durante la guerra?
-Mucho más frío que dónde estábamos nosotros, mucha desolación. Había un alto entusiasmo entre los soldados, los oficiales y los suboficiales. Realmente muy inhóspito, muy húmedo comparado con la Patagonia, que era más seca. Sobre todo, el frío se sentía mucho.
Las torturas a los soldados y el fin de la guerra
Un grupo de veteranos de guerra, junto a familiares y organismos de derechos humanos, impulsan desde hace 16 años una causa que tiene 130 militares imputados por las torturas y vejámenes a los soldados conscriptos durante la guerra. Los denunciantes exigen que sean considerados delitos de lesa humanidad y, por lo tanto, imprescriptibles. Entre las víctimas, hubo soldados estaqueados y otros enterrados hasta el cuello; algunos fueron sometidos a la picana eléctrica o metidos en pozos de agua helada como castigo. Hubo denuncias de golpizas, simulacros de fusilamiento y hasta de asesinatos.
-Muchos ex combatientes han denunciado que de parte de sus superiores sufrieron torturas y distintos tipos de vejámenes durante el conflicto, ¿en tu caso atravesaste situaciones de ese tipo?
-Nosotros en el continente no, pero tampoco nos mimaban. Ese tipo de atrevimiento no, porque ahí no había diferencia. Por más que había oficiales que mandaban, controlaban y nosotros obedecíamos había como una hermandad. Si teníamos que entran en combate, todos nos íbamos a cuidar la espalda. No había mucha posibilidad de que el soldado se haga enemigo tuyo, porque no sé que resolución podía tomar un tipo que le agarraba odio a un oficial. Nos cuidábamos. Sabemos que se maltrataba a nuestros pares en la isla que por el hambre y la necesidad salían a robar corderos para comer. No tenían ganas de hacer maldad, lo hacían porque la necesidad te obligaba. Ahí a quien ibas a quejarte si estábamos en plena dictadura. No había derechos humanos para ir a quejársele a nadie.
-¿Cómo fue el regreso?
-Se terminó la guerra y los que estuvieron en combate volvieron al continente por la puerta de atrás. Nosotros no tuvimos la opción de volver a casa. Tuvimos que terminar los 13 meses del servicio militar como nos correspondía en el año. Algunos se fueron en la primera baja, otros en la segunda. Conmigo no hubo opción, tuve que cumplir todo hasta que vino la clase ’74 a reemplazarnos en abril del ’83.
Gabriela vuelve a casa: travesti y activista
Participar en la guerra de Malvinas, ¿incidió de alguna forma en la definición de tu identidad?
– Sí, porque yo entré siendo medio infantil y pasar esos momentos de dureza, desafío y templanza hicieron que mi personalidad cuando volví fuera otra. Entonces pensé muy claro que, después de una guerra, “¿qué más me podía pasar para visualizar mi identidad y defenderla como yo lo consideraba?”. Ver pasar una guerra y estar a punto de morir, ¿qué más me podía pasar para definir y desafiar a una sociedad ignorante con una identidad que yo no elegí? Yo elegí ser travesti, pero no nacer intersexual. Hay mucha ignorancia todavía y muy poco aprendizaje. La posibilidad de aprender tampoco la quieren asumir, como la ESI en las escuelas que es una buena base para que los chicos vayan creciendo con otra perspectiva de género.
A partir de ahí, ¿comienza tu activismo? ¿Cómo fue ese recorrido para empezar a organizarte con otras compañeras y militar por los derechos del colectivo?
– Primero organicé mi vida y empecé a buscar trabajo. En un momento, empecé a ver que mis amigas seguían muriendo en la Panamericana en plena democracia. Para nosotras la democracia recién llegó cuando tuvimos la Ley de Identidad de Género, mientras tanto no hubo. Especialmente, para la comunidad travesti-trans.
Sus primeras experiencias de militancia fueron en ATTA (Asociación de Travestis Transexuales y Transgéneros de Argentina), el Movimiento Antidiscriminatorio de Liberación de Diana Sacayán y, por último, el grupo de Mujeres Trans Argentina de Alba Rueda. “A partir de esa militancia, me dediqué a generar mi propio espacio aquí donde vivo, que después se convirtió en un frente nacional”, destacó.
Aún falta el reconocimiento, el trabajo y volver a las islas
Los ex combatientes del área continental no fueron reconocidos por el Estado y no accedieron a las pensiones como veteranos. Esa es una lucha que continúa a 42 años de la guerra.
-¿Hoy cómo es tu situación laboral? ¿Tuviste algún reconocimiento por tu participación en la Guerra?
-No solamente yo por mi condición travesti, sino mis compañeros que ya son abuelos estamos a 42 años de la guerra sin reconocimiento. Está vedado el decreto del año ‘88 que establecía que nos correspondía a todos los ex combatientes recibir la misma pensión que quienes estuvieron en las islas. Por cierto, en Malvinas muchos han muerto y se han enfrentado, pero otros no tiraron un tiro. Tuvimos más actividad los que estuvimos en el continente brindando todo el apoyo. En estos años, sobreviví trabajando de lo que he podido: costura, un vivero, perfumería y hasta un videoclub. Fui sonidista mucho tiempo de eventos y fiestas familiares. Me las arreglé como pude, porque si dependía del Estado o de las pensiones no tendría nada. Es un país bastante ingrato el nuestro, el único en el mundo que no reconoce a sus combatientes con los derechos que deben tener.
¿Pudiste volver a las Islas?
-No, nunca pedí y no volví porque no podía pisar una tierra nuestra que sigue sometida por el imperio británico. Si algún día se recuperara iría como para visitar el fondo de mi casa, pero así no teniendo que estar pidiendo permiso en un lugar donde dejaron la vida tantos compañeros. No me parece prudente para mí. Hay muchos compañeros que han ido, pero yo no.
Milei, la soberanía y el cupo travesti-trans
-¿Qué pensás sobre la política del actual gobierno en relación a las islas?
-No me hablés, vivo reputeando continuamente en los grupos de Instagram y de WhatsApp. Sinceramente, perder más de 600 compañeros y después otra tanta cantidad de suicidados cuando volvimos de ese conflicto bélico y ver que entregan territorios, permiten expropiaciones de espacios pesqueros y petroleros, hacen vínculos hasta con la OTAN, que fue la culpable de que nos pasara todo esto, deja mucho que desear. No tienen en cuenta las necesidades del pueblo argentino, las personas con tratamiento oncológico, las niñeces, los abuelos que no ganan nada y quieren hacerse los solidarios con otros países del mundo. Acá dejaron que la ciudadanía se arregle como pueda, muy patético todo.
-¿Qué te gustaría que tus palabras generen en quienes conozcan tu historia?
-Me gustaría que se tenga más en consideración a las personas de nuestra comunidad. Ahora han echado a un montón de compañeras que habían logrado el bendito cupo laboral establecido por decreto por el presidente anterior. Las chicas están asustadas, porque tienen que volver a la calle a prostituirse y la verdad es que el 90% no quiere esa vida. Quisiera que circule esa información.
Foto principal: Página 12
* Periodista de Radio Villanos FM 100.7, Coopi, Villa Carlos Paz. Estudiante de la Licenciatura en Comunicación Social. Prácticas supervisadas de trabajo final en la Secretaría de Producción y Transmedia de la FCC-UNC.