Nada es explicado sin soltar un abanico de ideas, todo es parafraseado. Guillermo Badenes es una de las principales voces de la traducción de Humanidades.
Por Diego Pereyra. Téc. en Producción y Realización en Medios ECI/UNC
En Ecotraducción, trabajo que publicó junto a Josefina Coisson, propone «otra manera de cuidar el medioambiente». Considera al traductor un agente político y a la traducción literaria, una herramienta clave para el avance tecnológico de una nación.
¿Por qué se sostiene que la traducción es un acto cultural?
Para no caer en la explicación de que cultura es todo lo que hacemos, voy a apelar a metáforas para decir que la traducción, en general, es un puente entre culturas, es un camino que nos une, un espacio de comunicación intercultural.
En términos filosóficos, ¿podemos decir que representa una ruptura con el molde de universalidad?
Si nos planteamos que, por decisión divina, todos hablamos distintas lenguas, refiriéndome a la Torre de Babel ¿no? el lugar del traductor se vuelve peligroso (bíblicamente hablando) porque va en contra de ese mandato divino. Sin embargo, el espacio del traductor en el siglo XXI, y sobre todo pensando en los márgenes culturales, se vuelve el de un militante en defensa de la libertad de expresión.
Me refería a la interculturalidad como espacio de reconocimiento de las cualidades de todos y cada uno de los integrantes de la sociedad…
No sé si los traductores somos conscientes de nuestro propio ser, de nuestra subjetividad. Esto sucede fundamentalmente porque siempre nos inculcaron que somos invisibles, que no existimos, que somos una herramienta de paso, pero sobre todo en humanidades, debe quedar claro que nada de lo hacemos es primario u original. Siempre producimos un arte derivado (y el siglo XXI adora las artes derivadas en todo caso). Incluso me atrevo a decir que la traducción es la Eva de las profesiones. Si pensamos en Génesis, donde de la costilla de Adán surge Eva, en las traducciones solo compartimos un pedazo del original. Y al igual que Eva hemos sido denigrados. En los últimos 50 años, recién la traducción adquiere visibilidad, por eso, hay que reconocerse como ser subjetivo ya que podemos ir en contra de lo que tenemos que traducir. A veces, al querer rescatar una voz, el subconsciente actúa haciéndonos decir otra cosa.
Así como en el cine se intenta lograr una subjetividad del personaje lo más cercana al hombre real, en traducción, se debe «ignorar» lo metodológico para enfocarse en el lector…
Exacto. Pensemos cuántos actores hay para los que se escriben ciertos personajes. En nuestro caso, desafortunadamente, todavía somos invisibles como para que los autores escriban en función de lo que pensamos los traductores. El halago más grande para un traductor es cuando un escritor nos dice: nunca se me hubiese ocurrido que queda más lindo en español que en inglés.
Hasta acá, podemos decir que la traducción configura la subjetividad de las personas y marca los caminos del desarrollo. ¿Se puede señalar al traductor como un agente político?
Sí, en cuanto es un artífice de la realidad que vive. El pensamiento occidental está contenido en la traducción de las obras literarias. Estas moldean, dan formas y estructuran. Por lo tanto, el pensamiento occidental está organizado sobre la base de las traducciones. Si no, que alguien me diga: ¿existiría el cristianismo sin la traducción? Muchas de las parábolas de la Biblia provienen de textos celtas, que llegan a la biblia vía traducción. Entonces insisto, ¿habría cristianismo sin traducción? Así es que, en los traductores, se cruza esta cuestión de la militancia, militancia que bien puede no ser objetiva, hay una militancia que es inconsciente o subconsciente.
¿Cómo se manifiesta la militancia en Ecotraducción?
Clara Laje, que formó parte del grupo de estudios de Ecotraducción, trabajó sobre una noticia que advertía el derretimiento de los cascos polares. La noticia es publicada, si mal no recuerdo, por la NASA y tomada por los diarios El País y Clarín. En la traducción de uno de estos diarios, parecía que el mundo se acababa pasado mañana, mientras que, en el otro, había una traducción más medida, atenta a no despertar el pánico colectivo. Es claro que uno de los dos diarios mentía. Y uso la palabra mentía adrede. Tradujo si se quiere, con un sentido amarillista, si se quiere, para vender más diarios, si se quiere, para despertar la conciencia colectiva. La realidad es que uno expresaba una catástrofe inminente mientras que el otro mantenía la mesura. Se preocupaba pero sin desesperarse, coincidiendo con lo que transmitía el texto original. Este es otro de los peligros del traductor: opinar sobre las palabras del otro.
Atendiendo el impacto social y cultural que tiene la traducción, ¿en qué áreas cree que los traductores deben ser más rigurosos en su tarea?
Sin duda, la traducción pública es la más peligrosa. Requiere de conocimientos de mundos bien diferentes: legales, comerciales, científico técnico etc. Y considero que es la más peligrosa porque afecta a individuos. Si uno traduce mal un contrato, estamos afectando a una persona con un nombre y un apellido. Pero, peor aún, si uno traduce mal los instructivos del armado de una máquina industrial, puede, de este modo, generar la muerte de los operarios. Claro, estos operarios no tienen nombre y apellido, y son solo una potencialidad de una mala traducción. En cualquier caso, la traducción mal hecha puede tener un efecto muy dañino. La diferencia que quiero marcar es que para algunas cuestiones tiene un efecto potencial intangible, en cambio, en humanidades, entiéndase literatura, tiene un efecto de durabilidad que hará que las personas piensen de una manera, y no de otra, por mucho tiempo.
Las palabras no son neutras y en manos del estado o de los mass media generan sentido común, ¿advierte cierta saturación ideológica en este momento histórico?
Uno no debe dejar de pensar en lo que Ortega y Gasset sostenía sobre la moda, la juventud y la vejez y lo masculino y lo femenino. Hay momentos en que se pone de moda lo femenino y lo viejo. Para entenderlo, podemos pensar en las cortes de Luis XV y Luis XVI, con esas pelucas largas y blancas donde todos parecían tener más años de los que realmente tenían y era una moda muy femenina. En otros momentos, hubo combinación de lo masculino y lo joven. Creo que hoy, la androginia está de moda. Lo que quiero marcar es que la lengua es moda. Hoy calle, militancia, juventud son palabras comunes. Uno tiene tantas frases hechas que, considero, no son más que modas. Será interesante pensar de dónde vienen las palabras, porque, en un momento histórico de nuestro país en donde tanto se defienden los derechos humanos, con la más absoluta razón, todos utilizamos metáforas militares o militaristas. Esto parece que, en algún lugar de la cabeza, debe hacer algún
En el último Congreso de la Lengua Española, les han pedido a los escritores, en el caso de Argentina, el honor fue de Juan Gelman, que identifiquen al país con una palabra. Gelman eligió la palabra «boludo». Igualmente, dijo que este vocablo había perdido connotación de insulto y que se utiliza más como complicidad entre amigos. ¿Coincide con esto o cree que los argentinos somos todos boludos?
No estaba al tanto pero me parece una idea súper interesante. Bien, muy bien. Creo que tiene tantas capas semánticas la palabra boludo y es tan resbaladiza, difícil de aprehender, que nos define bastante bien. De hecho, etimológicamente, viene de un lugar y ahora indica otro, se la asimila al “che”. Tiene muchos sentidos ocultos en su etimología. Es una palabra fuerte pero que solo cobra sentido con el tono de la voz. A veces, uno ante una equivocación exclama para sí: ¡qué boludo! Y no pasa nada. Quizás en el aspecto de la oralidad y en el amor de nuestra propia voz, tenga bastante sentido que esa palabra nos represente.
O sea, ¿somos reboludos?
(Risas) Estaba buscando una respuesta que me permita evitar decir que los argentinos somos boludos, pero somos una cultura de difícil aprehensión.