Por Fabiana Martínez *
Los que tenemos cierta edad recordamos con desazón esas fechas: 19 y 20 de diciembre de 2001. No hay palabra cabal para nombrar esa situación: corralito, pobreza y desocupación desesperantes, Estado de sitio y represión policial, saqueos y manifestaciones dispersas por todo el país, renuncia presidencial.
Por un lado, diversos sectores sociales mostraron su potencia en acciones populares: escraches, cacerolazos, asambleas barriales, piquetes. Una consigna insistente planteaba la unión y demandaba una transformación profunda hacia un orden más igualitario: “Piquete y cacerola: la lucha es una sola”.
Otra, expresaba la desilusión con la política y sus instituciones, marcaba una frontera profunda entre ciudadanos-víctimas y otros: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”. En cierta forma, lo que nos importa dos décadas después, es que cada consigna marcó dos concepciones profundamente distintas de la política que luego dieron lugar a proyectos antagónicos.
Por un lado, las identidades que marcaron el re-encantamiento de la política y su potencia para cambiar los fundamentos de la sociedad. De allí surgió un proyecto que hizo posible sentidos de pertenencia y participación en torno a demandas resignificadas: la inclusión, la memoria, el género, etc. Pero por otro lado, los lenguajes pospolíticos perduraron en los márgenes, herederos del que se vayan todos, promotores del modelo empresarial que da forma a la sociedad y coloca en primer lugar el compromiso técnico-estratégico.
En síntesis, aquella “crisis” fue un acontecimiento complejo, y por lo mismo perdurable, en las retóricas que todavía hoy confrontan y dividen el campo político argentino: la memoria busca los sentidos del pasado, leyendo a la vez su reverberación en el presente.
* Vicedecana de la FCC-UNC.